Cuidarse es aburrido. No hay forma distinta de recuperarse. Es lo que toca, lo que se necesita, pero eso no le quita lo tedioso. Hace rato no me tomo una cerveza, no me como una empanada y estoy mamado de comer verduras y tomar pastillas. En mi viejo tocadiscos suena Víctor Manuel, (San José Sánchez, nacido en Mieres, España y para más señas, casado con Ana Belén, en 1972 en Gibraltar): “Aunque soy un pobre diablo, sé dos o tres cosas nada más, sé con quién no debo andar, también se guardar fidelidad, sé quien son amigos de verdad, sé bien donde están, nunca piden nada y siempre dan”.
Me gusta sentarme en el viejo sillón de mi sala, llena de libros. Me hace falta Sapiens, el libro de Noah Harari que me voló la cabeza y que ella nunca me devolvió. Este espacio tan pequeño, tan lleno de todo, tan intentando infructuosamente llenar vacíos, tan lleno de discos de vinilo, tan lleno de cojines, tan lleno de fotos de mis hijas, tan lleno de recuerdos << que me vuelan la cabeza y que ella nunca me devolvió>>. Una cantina bellamente pintada por la mamá de Eduardo, un cuadro de Camilo Turriago, un viejo espejo, un butaco amarillo que me encanta, un móvil que suena cada vez que tiembla – dinng- y unas mariposas que para mí son el triunfo de la oruga sobre la muerte. A donde voy me llevo, porque las cosas no son solamente cosas sino las personas y sus cosas.
Cuidarse es aburrido. No hay forma distinta de recuperarse. Es lo que toca, lo que se necesita, pero eso no le quita lo tedioso
Mi biblioteca no es Alejandría, pero es mía. La he ido construyendo con los años. Comprando poco, recibiendo mucho y olvidando devolver otro tanto. Casi, casi un Robin Book. Tengo consentidos. Obvio. Los de Galeano, los de Benedetti, los de Gabo, La alegría de querer, Opio en las nubes, Amor líquido, el I Ching , los de Piedad Bonnet, Fontanarrosa, Guadalupe Nettel y por supuesto Elvira Sastre y Marwan. Clásicos, ninguno, (ya ni Millos- Santa fe) pero como dice Javier Marías – otra vez- (otra vez Javier Marías, no otra vez dice Javier Marías) “no estamos tan solos como se cree en esa habitación en la que nos hemos encerrado. Nos acompañan las palabras de otros. Nos acompañan las palabras de los otros, las historias de otros, los libros de otros”. Ahora suena Maestra Vida de Rubén Blades. Se me olvidó tomarme la pastilla de las tres (de las tres de la tarde, no de las tres que me tomo que en realidad son ocho).
La sala está bien y se ha convertido en uno de mis sitios favoritos. Leer me da un poco de paz, pero me hace falta salir, tocar personas, mirarlas, admirarlas. Dar mucho, recibir lo suficiente, sentir el frío, chuparme el smog, hablar con alguien porque a diferencia de los genios de Instagram, yo sí necesito de los otros para hacerme. Y salvarme. Como dice Fito Páez: “Dar es dar, Y no fijarme en ella y su manera de actuar. Dar es dar, Y no decirle a nadie si quedarse o escapar”.
Sin la gente que ha pasado por mi vida, no sería lo que soy. Con mis luces y mis sombras. De cada uno he tomado algo. Estoy hecho de pedacitos de otros. Soy ellos. Soy mi yo. Es un revuelto raro. Lo sé. Eclecticismo, dicen. Tal vez la gente que me quiere, me quiere, porque se ven reflejados un poco en mí. Un poco espejo. Un poco eco. Y tal vez me pase lo mismo con ellos. Tal vez nos quisimos en otra vida. Tal vez tenemos una deuda por saldar. No sé. Muchos tal vez. Casi un delirio.Una borrachera de nostalgia.
¿Será la cantidad de pastillas que me tomo o el exceso de verduras? Debo dejar de cuidarme tanto, exponerme, es ponerme y engentarme un poco más para calmar esta alucinación que me carcome, porque la vida está es afuera…




