Otro viernes en casa. Esta semana ha sido buena. Llueve. Hay una pequeña filtración de agua por la ventana del comedor. Una mosca gigante vuela enloquecida. Me duele todo el cuerpo. El domingo pasado volví a montar en bicicleta con Manolo y con Eduardo. Me tomo un café sin azúcar. Suena en mi viejo tocadiscos Stairway To Heaven de Led Zeppelin. Me miro las manos que cada vez se parecen más a las de mi madre.
Los fines de semana mi cabeza es volátil, un poco etérea, distraída, no encuentra paz ni refugio alguno, no hay playa donde llegue. Lloro. Oro. Creo. En ese orden y a veces, todo lo contrario. Lloro, oro y creo porque aún duele y no sé si algún día pasará y no sé si algún día quiero que pase. Lloro, oro y creo porque me ilusioné, porque pensé que sí, porque luché, porque pude ser yo mismo, porque insistí, porque cuando me equivoqué, pedí perdón. Lloro, oro y creo porque las personas que amé, un día se fueron porque tenían que irse para respirar, para ver otros mundos o para ser lo que querían ser. Ya no estás. ¡Plaff!
Aparte del cuerpo, me duele el alma. Respirar por la herida es otra forma de seguir vivo. Una amiga me preguntó la fórmula para estar tan flaco. Yo le respondí: llorar, llorar con muchas ganas, lo que no quiere decir que esté triste. Las lágrimas me sanan. Orar me da paz. Creer me empuja hacia adelante. La mosca se golpea una y otra vez contra la ventana. ¡Plaff!
Pienso en mis hijas a las que les daría un pulmón si les faltara el aire, mis ojos si quisieran ver pasar el último cometa o mi corazón si les faltara escuchar algún latido. Ellas son mi fuente de amor inagotable.
Intento entender la letra de la canción. Duolingo no alcanza. Busco en Google: Si todos llamamos la melodía, entonces el flautista nos llevará a la razón y un nuevo día amanecerá para aquellos que permanecen y los bosques harán eco de la risa.
Me hierven los dedos. Todo el día escribo y me encanta. Y me sana. Me siento en paz. No soy ejemplo de nada ni para nadie. Apenas un tipo al que le duele el cuerpo una semana después de haber montado en bicicleta.
Hay quien cree que envejecer significa la obsolescencia y la desesperación. Yo, ni lo uno ni lo otro. Estoy lleno de sueños, aunque a veces me ataque el insomnio por las noches. Te sueño, sí. Sueño con la risa de mis hijas. Sueño con tanta gente buena que ha puesto Dios en mi camino. Sueño con que lean lo que escribo y por el camino se les cuele algún afecto. Sueño con hacer lo que me toca y que Dios no se haga el distraído. Sueño. Y hago. O lo intento, porque como dice Galeano, “hoy, más que nunca, es preciso soñar. Soñar, juntos, sueños que se desensueñen y en materia mortal encarnen”. Espero cada día como una ilusión y no como una sorpresa.
La mosca cae rendida. Requiescat in pace. Mi cabeza es volátil. Distraída. Vuelvo a llorar. Vuelvo a orar. Vuelvo a creer.