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Explosión de candidatos

Vivimos tiempos distintos. Nos cuentan las noticias que en Colombia hay cerca de 100 candidatos a la Presidencia de la República. Antes todo era muy definido y había la cantidad suficiente de candidatos para representar a los partidos políticos liberal, conservador y los de izquierda. Ahora nos llenamos de caudillos de todos los pelambres, más livianos de conocimiento, con partidos recién fundados. Más aspirantes que estadistas. No hay forma de que hallemos un candidato con mente renacentista, dueño de tal conocimiento que le quepa el mundo en la cabeza. Difícilmente les cabe el país. No sé si exagero, pero el último gran estadista fue Virgilio Barco. Después todo cambió.

El político en general cumple las siguientes etapas: en sus comienzos se asombra de lo que ve alrededor; escarba en los nidos de corrupción, tarea que no le resulta tan difícil; luego se convierte en el adalid de la moralidad; se hace concejal, después salta al Congreso, termina enrolado en el sistema político y se acomoda en un partido relevante, aceptando sus reglas de juego y termina siendo uno más de este conglomerado que administra el país para beneficio propio y el de sus compañeros de colectividad. Bien dicen que la política y la moral avanzan por caminos diferentes.

Detenerse a pensar quién puede ser el próximo presidente a solo siete meses de las elecciones es solo eso, detenerse a pensar, a barajar nombres, a especular. No hay manera de encontrarse con un proyecto político relevante. Los mismos lugares comunes de siempre, es decir, lucha contra la corrupción, promesas de generación de empleo, sin que expliquen bien cómo lo van a hacer, mejoras en educación, salud, vivienda, lucha contra la pobreza. Lo mismo de siempre.

Hay que ver y escuchar cómo hablan. Con la excusa de acercarse a la gente y convertirse en maestros de lo coloquial, nos dejan ver una oratoria pobre e insulsa. Decía Gustave Flaubert, en sus maravillosas cartas a su amada Louise Colet, que “la forma sale del fondo”. Nada más cierto. Pero aquí, como no hay fondo, vemos esas formas de hoy, con un lenguaje descuidado, con escasa argumentación, con una verborrea alejada de conceptos, con la mirada puesta en el adversario, pero no en el país.

Es posible que haya uno que otro candidato con más sabiduría y buenas intenciones, pero no lo vemos, no aparece su discurso en los grandes titulares. Los partidos de más calado nos dejan ver candidatos que reflexionan y se quedan en la superficie. Los cántaros que más suenan son los que están vacíos. De estos esta llena la política de hoy. En medio de nuestras vidas y nuestras rutinas, asistimos al ruido insensato de los aspirantes, a sus propuestas y soluciones de cajón. El país, dirigido por derechas, izquierdas o centro, sigue su rumbo, avanza por inercia, se mueve como nuestro planeta en el Universo, sin conocer su destino, deambulando, caminando o corriendo en medio de la noche.

Vendrá la poda. Se reducirán los candidatos. Fijaremos la mirada y la conciencia en los tres o dos finalistas. Será inútil. Regresaremos a las mismas fórmulas, a los mismos discursos banales o disfrazados de profundidad y trascendencia, a la misma polarización derecha-izquierda. Pero, en el fondo, sabemos que ellos están allá, en su Olimpo, en su mundo de oportunidades, mientras el ciudadano del común continuará en su rutina, luchando por salir adelante con su familia y los suyos. Ajeno a la política. Ajeno a las promesas. Resignado a su suerte y cada vez más escéptico de todos aquellos que pregonan el cambio.

Colaboración especial de Gabriel Romero  Campos @gallonocturno

 

 

 

 

 

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