Decía Marx – Groucho, no Carlos – que hay cosas en la vida más importantes que el dinero, pero cuestan mucho. La historia del dinero comienza con la utilización de metales preciosos como forma de pago o de intercambio en Mesopotamia, por allá alrededor del año 1500 a. C y desde entonces se entiende como un objeto que es aceptado de forma general para el pago de bienes, servicios y deudas. Sobre todo de deudas.

Es la base del sistema capitalista, que mueve a medio mundo. Y a la otra también. A mí personalmente me encanta, porque junto con la democracia, me da la impresión- o la ilusión- que vivo en libertad. Amo el capitalismo. Lo que pasa es que no tengo con qué. Tengo algunos gustos de rico, pero salario clase media- baja. Me gustan los buenos restaurantes, ir a cafés bonitos, comprar libros, tomarme unas cervezas con Eduardo y una inmensa colección de tenis de marca, que nacen de una tara de colegio que algún día contaré. Creo que las cosas no son solamente cosas, sino que están llenas de personas y sus cosas. Recordamos las cosas por sus personas y a cada persona con sus cosas. Me considero un tipo básico y me declaro satisfecho con un bocadillo y medio vaso de leche. No creo que la sencillez sea la ordinariez ni la chabacanería, ni andar en chanclas por la vida. La sencillez para mí, es la indiferencia entre el tener y no tener, el importaculismo frente a las cosas materiales. Creo en la frase de San Francisco de “tengo muy poco y lo poco que necesito, lo necesito muy poco” porque no pienso que sea una invitación a la pobreza, sino al desprendimiento.

Estoy llegando a fin de mes con apenas lo justo y por eso agradezco las lentejas

Plata siempre me ha faltado, aunque el defecto que tiene el dinero en una sociedad de consumo es que nunca será mucho porque siempre habrá algo que quisiéramos comprar. Hubo veces en que no tuve lo suficiente, para nunca me he acostado sin comer, aun cuando en mi nevera asustaran.

En mi caso no ha sido por falta de trabajo o por pereza. Puse por delante  siempre – y aún lo hago-  a mis hijas, a mi familia, a mis amigos, a Lala, es decir, las pequeñas cosas de las personas que me hacen feliz. Soy malo para cobrar y si me piden un favor lo hago sin esperar nada a cambio.

Byung-Chul Han el filósofo surcoreano habla de las no cosas y dice que “estamos viviendo en una era donde las “cosas” tangibles y materiales están siendo reemplazadas por “no cosas” digitales e inmateriales, como datos, información y algoritmos. Estas “no cosas” dominan cada vez más nuestras vidas, afectando nuestras experiencias, nuestra percepción de la realidad y nuestras relaciones.”  Durante mucho tiempo estiré un poco el concepto de  Han y abusando de mi ignorancia, priorice las cosas, el parecer antes que el ser y muchas veces me olvidé de otras no cosas como el amor, la solidaridad, la paz mental, la amistad, mis sueños, lo que era y lo que quería ser. Y así me fue.

Hoy me encanta la plata, pero no es mi prelación y en un mundo donde todo se resuelve con dinero, no ponerla por delante de las cosas parece un sinsentido. Tal vez lo que me raya el coco de la obsesión por la riqueza es lo que muchas veces se desprende de ella: la fantochería, la falta de escrúpulos, el anteponer el oro a las personas, el perder de vista los sueños y deseos, el olvidarse de lo que uno es por obtenerlo. Que me gustaría ganar más dinero con lo que hago. Sí. Que no rechazaría el Baloto si algún día lo ganara, por supuesto que no, pero ganarme un dinero que no sienta, trabajar con gente que no me guste, hacer algo que no crea,  tal vez mejor no.

Hoy sigo con mis deudas y mis ganas, no porque sea mejor o tenga un aura, sino porque a la larga, pienso yo, siguiendo al mismo Groucho, que “nunca pertenecería a un club que admitiera como miembro a alguien como yo”. Soy un hombre de fiar, pero a la gente le gusta en efectivo…