Hace más de una hora llueve. Los carros pitan. La gente corre. Las motos silban. Todo se inunda. Hace frío. Como un hermoso deja vu, recuerdo cuando salía con Manuela a patear charcos. Era una época feliz.
No me queda más remedio que caminar bajo la lluvia. Las baldosas salpicadoras hacen lo suyo. ¡Puta madre!. Me acomodo los audífonos. Suena “Yo vengo a ofrecer mi corazón” en la versión de Fito Páez y Pablo Milanés.
Me meto las manos en los bolsillos. Silbo. Pienso en cosas absurdas. Soy un niño. ¿Y si mi cuerpo no fuera impermeable, me ahogaría? Arrecia la lluvia. No me importa. En casa nadie me espera. Odio esa soledad que he construido a pedacitos, en cada silencio, en cada grito, en cada ceguera, en cada palabra mal dicha, en mis acciones de pisapasito cuando me creía cercano a lo perfecto, libre de pecados, inmaculado. Soy un ser lleno de defectos y en esta limpieza de jueves en la tarde se hace necesario pedir perdón. Una vez más. Y perdonarme. Una vez más. Y perdonar. Una vez más.
Llueve y lloro. Las lágrimas me salvan y me sanan. De a pocos se ha ido la tristeza, no porque ya no duela sino. porque he decidido darle paso a la ilusión. Como una premonición, ahora suena Here comes the sun. “Ahí viene el sol y digo, todo está bien”
A la larga, todos mis recuerdos son lo que la gente llama una vida feliz y por eso, tal vez, yo ya no tengo más motivos para la tristeza. Sigo en obra negra. Me he reconciliado con la vida porque aprendí a dar gracias por las cosas buenas que han pasado y las que juzgué tantas veces con dolor. Entendí que lo que quiero está afuera y que hay que salir a batallarlo, a buscarlo entre las ruinas, a escudriñar en los recovecos de la vida, a escrutar y separar la escoria del tesoro para encontrar el final del arco iris. La vida me ha quitado, pero también me ha dado. Mi oscuridad interior me regaló la claridad exterior.
Ahora suena Joan Báez: “De nada sirve sentarse y preguntarse porqué, nena, además no importa, y de nada sirve sentarse y preguntarse porqué, nena, incluso si no lo has hecho nunca. Cuando el gallo cante al despuntar el alba, mira por la ventana, y me habré ido. Tú eres la razón de que siga mi viaje, pero no lo pienses dos veces, está bien”.
En medio de esta lluvia, no sé si es ilusión o ilusionismo, pero tal vez esa es la magia. Tirito de frío. Llego a casa. Nadie me espera. Yo…