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La biblia, entre la historia y el relato

Un libro que es muchos: entre la fe y la filología

La Biblia no es un libro cualquiera. Es una suma de relatos, leyes, genealogías, himnos, poesías, cartas y visiones. No fue escrita para ser historia en el sentido moderno, sino memoria, rito, poder, consuelo y advertencia. La ciencia moderna lo ha demostrado: no todo en sus páginas ocurrió como se cuenta.

La arqueología no ha encontrado pruebas del éxodo tal como lo narra el Pentateuco, ni de un reino unificado tan poderoso como el de David y Salomón. Tampoco del diluvio universal, aunque existen registros sumerios y babilónicos de grandes inundaciones regionales. Lo que tenemos son indicios dispersos y relatos orales fundidos con símbolos. Una verdad más cercana al mito que a la crónica.

Esto, para algunos, es motivo de escándalo. Para otros, de libertad.

Saramago: la Biblia como campo de batalla moral

Pocos escritores se atrevieron a desafiar tan frontalmente el contenido de la Biblia como José Saramago. En su célebre obra El Evangelio según Jesucristo, muestra a un Jesús profundamente humano, lleno de dudas y atrapado entre un Dios cruel y una humanidad doliente. Su afirmación más citada:

“La Biblia es un manual de malos valores, donde abundan la crueldad, la violencia y la intolerancia”.

Saramago no negaba el valor literario ni la influencia cultural del texto sagrado, pero sí criticaba el uso que las instituciones religiosas hicieron de él:

“Dios no creó al hombre, el hombre creó a Dios, y le hizo decir lo que necesitaba oír.”

Lo que Saramago pone sobre la mesa es la urgencia de una lectura crítica. No negar lo sagrado, sino denunciar lo que se ha usado para legitimar guerras, cruzadas, inquisiciones o sistemas de exclusión.

III. Ratzinger y la verdad con mayúscula

Desde el otro extremo del espectro, Joseph Ratzinger, teólogo y papa emérito Benedicto XVI, representa una defensa lúcida y moderna de la fe. En su trilogía Jesús de Nazaret, escribió:

No es tarea de la fe imponer como hecho histórico todo lo contenido en la Biblia, sino discernir lo esencial de la revelación.”

Ratzinger reconoció las contribuciones de la arqueología y la exégesis histórica, pero insiste en que la Biblia contiene una verdad más alta: la del encuentro del ser humano con Dios.

“La Escritura no es palabra muerta, sino palabra viva que se interpreta desde la comunidad de fe.”

Lo que propuso es una fe que no huye de la crítica, sino que la incorpora. Que acepta que no todos los relatos son históricos, pero que sí son profundamente significativos. Que la resurrección, por ejemplo, no puede ser demostrada por la ciencia, pero tampoco anulada por ella.

El Vaticano: entre la tradición y la renovación

Desde el Concilio Vaticano II (1962-65), la Iglesia Católica ha venido adaptando su visión de la Biblia. El documento Dei Verbum establece claramente que:

“La verdad que Dios quiso consignar en las Escrituras se debe buscar en aquello que sirve para nuestra salvación.”

Es decir, la Biblia no es un archivo cronológico. No se le puede exigir exactitud geográfica o cronología de batallas, sino lectura espiritual y teológica. En 2008, el propio Vaticano reconoció, mediante un estudio de la Pontificia Comisión Bíblica, que muchos relatos bíblicos deben entenderse “en su género literario”. El Génesis, por ejemplo, no es un libro de cosmología, sino una metáfora del origen, del bien, del mal, de la libertad y de la culpa.

Una lectura madura: ni devoción ciega ni cinismo barato

¿Y qué queda, entonces, para quienes entramos en la edad del despojo y la reconstrucción? Queda un libro (o muchos) que pueden acompañarnos sin exigirnos fe ciega. La Biblia puede ser leída como un compendio de experiencias humanas extremas: del dolor a la esperanza, del exilio a la tierra prometida, del pecado al perdón.

El historiador Yuval Noah Harari lo resume así:“La Biblia no es ciencia ni historia, pero sí una de las formas más poderosas que la humanidad ha encontrado para organizar el mundo a través del relato.”Es, quizás, el mayor libro de psicología colectiva jamás escrito.

El lector como exégeta de su propia vida

A cierta edad uno ya no necesita que le digan qué creer, sino cómo mirar. La Biblia, como la vida, es contradictoria: hay amor y hay castigo, hay poesía y hay violencia. Pero también hay sabiduría, belleza y preguntas que no envejecen.

Quizás el verdadero milagro no esté en el Mar Rojo abierto o en los muros de Jericó cayendo, sino en que, siglo tras siglo, aún haya quienes la lean buscando una brújula.

No para encontrar respuestas. Sino para hacer mejores preguntas.

Epílogo: ¿qué tipo de verdad buscas tú?

Verdad histórica. Verdad simbólica. Verdad personal.La Biblia no exige elegir una. Solo exige que no la leas como quien lee un contrato. Sino como quien se asoma al misterio. Y lo acepta.

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