Tal vez en otra vida fui tormenta. O un simple reguero de truenos. Y tal vez por eso mismo no encuentro paz, ni sosiego, ni calma.
Me he escarbado solo. Ha dolido, ha dolido terriblemente.Todo sigue siendo confusión, una luz sin túnel, un hueco negro, un tobogán de emociones, aunque tal vez ese sea el milagro que estaba esperando: La duda, la crisis, ver mi lado oscuro. A veces todo pasa. A veces sólo pasa. Y es que la vida suele ser más sencilla de lo que me parece. Solamente falta verla.Contemplarla y descubrirla.Contemplarme y descubrirme.Contemplar y descubrir a los otros que se cruzan por mi vida
En mi afán por contar y por decir, he omitido los detalles, las porciones,las parcelas. Creyendo tener ya las respuestas he pasado de largo las preguntas.El sentido de la vida,la motica de polvo que está en la mesa de la sala:
No es una mota cualquiera, no. Es una presencia, un pequeño oráculo que reposa sobre la mesa del centro, esa superficie de madera gastada que ha sido testigo de tazas de café olvidadas, risas que se desvanecen y silencios que pesan como siglos. Allí está, suspendida en su insignificancia, y sin embargo, cargada de una extraña rimbombancia, como si supiera algo que yo ignoro.
La mota no se mueve. No tiene prisa. No conoce la urgencia de los relojes ni la tiranía del afán.. Es un punto gris, casi imperceptible, que desafía la lógica del mundo que lo rodea. Me detengo a mirarla y en su quietud encuentro una invitación a frenar, a respirar, a dejar que el tiempo se estire como un lienzo viejo. ¿De dónde vienes, mota? ¿Eres un fragmento de piel que abandoné sin darme cuenta? ¿Un resto de la galleta que comí ayer, desmoronada en un descuido, de esas galletas que me compro porque ya no estás para dejarlas en la mesa de cocina? No exige nada. No promete nada. Solo está. Y en su estar, me recuerda que yo también estoy, aquí, ahora, respirando en una sala que huele a madera vieja y recuerdos que no termino de descifrar. La mota no juzga mis dudas ni mis prisas. No me pide que sea más, que haga más. Simplemente comparte este pedazo de existencia conmigo, como un amigo llamado que no necesita palabras para entenderme.
Por ahora, no la toco. La dejo ser. Porque en su quietud, en su simplicidad, la mota de polvo me enseña que a veces basta con detenerme, con mirar, con dejar que el mundo respire a mi alrededor.
Tal vez llegó el momento de parar, de empezar a contemplar y ver con otros ojos a todos los que pasan, a todo lo que pasa y dejar de ser tormenta y entonces encontraré, por fin, el sentido de la vida. El sentido de mi vida…