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Colombia se volvió la fábrica de las novelas que nadie admite ver (pero todos devoran).Hay un negocio multimillonario que está pasando justo debajo de nuestras narices. O mejor: justo en la palma de nuestra mano. Y Colombia, sin que casi nadie se diera cuenta, se metió de cabeza en él.

Se llaman «novelas verticales», aunque ese nombre es tan impreciso como llamarle «música» a todo lo que suena. Lo que realmente está moviendo la plata —cientos de millones de dólares, no es exageración— son los microdramas verticales: esas series cortitas que duran un minuto, te enganchan con una bofetada o una traición en los primeros diez segundos, y te dejan colgado justo cuando más quieres saber qué va a pasar.

¿Los has visto? Seguro sí, aunque no lo sepas. Son esos anuncios que te aparecen en TikTok o Instagram donde una mujer descubre que su marido la está engañando con su mejor amiga, o donde un tipo humilde resulta ser un multimillonario secreto. Te muestran el primer episodio gratis, te enganchan, y cuando quieres ver el siguiente, toca pagar. O ver publicidad. Mucha publicidad.

El formato nació en China, donde le dicen *duanju*, y explotó durante la pandemia. Pero lo que nadie se imaginaba es que Colombia iba a terminar siendo la cocina principal de este fenómeno para todo el mercado de habla hispana.

Si la década pasada fue la del «prestige TV» —esas series largas, complejas, con presupuestos millonarios—, esta década es la del scroll infinito y la gratificación instantánea. Los microdramas no compiten con Succession ni con The Crown. Compiten con el aburrimiento, con esos tres minutos muertos en el transporte público, con la ansiedad de no tener nada que mirar mientras comes algo rápido.

La lógica es simple y brutal: noventa segundos para contar una historia. Cero tiempo para personajes complejos o giros sutiles. Todo tiene que pasar ya. Los chinos le dicen «la detonación»: el episodio arranca en medio de la crisis, no hay preámbulo. Si en los primeros quince segundos no te agarraron, perdiste al espectador.Y funciona. Vaya que funciona.

 Cómo Colombia se metió en el juego

Todo empezó hace poco más de un año, cuando ReelShort —la aplicación líder en esto, propiedad de un conglomerado chino— decidió que necesitaba producir contenido en español. Y no cualquier español: necesitaba el melodrama, esa telenovela clásica que Colombia lleva haciendo desde hace décadas.Maritza Castro, una colombiana que trabajaba para la plataforma, fue la encargada de armar el operativo. No buscaba cualquier productora. Buscaba gente que entendiera el ADN del melodrama, que supiera cómo hacer que un espectador llore, se enfurezca o aplauda en menos de dos minutos.Y los encontró.

Dos Ke Tres Films, liderada por William Barragán y Patricia Lizcano, fue una de las primeras en dar el salto. Le siguió Into Films, de Ivonne Niño, y después 8K Films, de Claudia Santisteban y Juan Carrasquilla. Estas productoras, que no son precisamente las más conocidas del mainstream, entendieron algo clave: esto no es cine. Tampoco es televisión tradicional. Es otra cosa.Producen con equipos de cincuenta personas, presupuestos que van de cien mil a trescientos mil dólares por serie, y en una semana de rodaje sacan una historia completa de ochenta episodios. Cuatro series en tres meses. Es una fábrica.Los números son absurdos: *La doble vida de mi esposo multimillonario* pasó los 170 millones de vistas. *Sí a primera vista*, producida con Caracol Televisión, llegó a 348 millones. *La marca del amor verdadero* alcanzó 101 millones. Y eso que estamos hablando de un formato que apenas tiene un par de años en español.

Grabar en vertical no es recortar una imagen horizontal. Es pensar en otra geometría, como dicen los productores. El formato 9:16 —el de tu celular cuando lo tenés parado— no deja espacio para planos generales. Todo es cara, gesto, reacción. Los techos y los pisos se vuelven importantes porque son de las pocas cosas que puedes usar para darle profundidad.Y la actuación tampoco es la misma. Acá no hay tiempo para matices. Tienes que dejar claro en segundos quién es el bueno, quién es el malo, qué está pasando. Por eso muchas veces se ve «exagerada», casi teatral. No es un defecto: es el formato. Es eficiencia narrativa llevada al extremo.

Los equipos colombianos tuvieron que adaptar todo: desde los soportes de cámara (que no estaban diseñados para grabar en vertical) hasta la forma de iluminar y componer. Fue ensayo y error, pero con plata de verdad en juego.Es raro, pero tiene sentido: los medios tradicionales no ven los microdramas como competencia. Los ven como otra vertical de negocio. Otra forma de hacer plata con historias.Colombia es, por ahora, una maquila de lujo. Toma historias de afuera, las «tropicaliza», les mete talento latino, y las produce con una eficiencia casi industrial. Pero no está creando sus propias historias originales.

Los productores lo saben. Y dicen que ese es el siguiente paso: dejar de ser solo un servicio de producción y empezar a contar historias propias. Aprovechar el «sello» de la telenovela colombiana y llevarlo al mundo entero, pero ahora en formato vertical y con control total de la propiedad intelectual.Esa es la diferencia entre ser una fábrica y ser un líder de mercado.

Pero por ahora, el negocio está en pleno auge. Y Colombia está en el centro de ese auge.Lo raro es que esto esté pasando casi en secreto. No aparece en los titulares. No hay coberturas masivas. La mayoría de la gente ni siquiera sabe que esas series que devora en su celular mientras espera el bus se están filmando acá, a pocas cuadras, con actores colombianos y equipos locales.Es una industria fantasma. Pero una industria fantasma que está moviendo millones de dólares y cientos de millones de vistas.

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