De la pandemia ya hemos hablado mucho porque ya completamos cinco meses con el mismo tema a diario.
Y entre tanto protocolo y tanto tapabocas, se nos coló el teletrabajo como una forma de combatir el desempleo, de mantener la productividad a media máquina para echarle una mano a nuestra alicaída economía.
Según el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, encargado de regularlo, el teletrabajo “es una forma de organización laboral, que consiste en el desempeño de actividades remuneradas o prestación de servicios a terceros utilizando como soporte las tecnologías de la información y comunicación -TIC – para el contacto entre el trabajador y la empresa, sin requerirse la presencia física del trabajador en un sitio específico de trabajo». (Artículo 2, Ley 1221 de 2008).El mismo Ministerio contempla tres tipos de modalidades: Autónomo que son aquellos que utilizan su propio domicilio y sólo acuden a la oficina en algunas ocasiones, los móviles cuyo trabajo se desarrollo a través de dispositivos móviles y finalmente están los suplementarios que son aquellos teletrabajadores que laboran dos o tres días a la semana en su casa y el resto del tiempo lo hacen en una oficina.
Se nos coló el teletrabajo como una forma de combatir el desempleo, de mantener la productividad a media máquina
La gran mayoría vimos el teletrabajo como una buena salida para evitar la cuarentena y para cuando esta se acabara, una buena opción para evitarse los trancones y el desgaste del transporte.
Al principio fue chévere: una horita más tarde al despertar, trabajar en calzoncillos, ver a los niños, compartir en familia, almuercito casero, la televisión prendida para ver los goles de las pocas ligas que están jugando, en fin. Sin embargo, lo que comenzó en oasis, terminó convertido en un desierto por obra y gracia de los jefes, que lo vieron como la oportunidad de oro para exprimir a los trabajadores, que al fin y al cabo deberían estar “agradecidos” por no haber sido echados.
Hoy por hoy el teletrabajo se ha convertido en una verdadera pesadilla: los horarios son de caucho, las reuniones son interminables, los cesados nunca fueron reemplazados por lo que el trabajo ha sido repartido, los almuerzos son con el plato en el teclado, sábados y domingos son un día más de la semana, las pausas activas son historia y pararse a orinar, es un acto de osadía. Luz e internet corren por cuenta del empleado y el que no tenga un buen computador, la pasa muy mal. De ergonomía e higiene laboral, mejor ni hablar.
El teletrabajo llegó para quedarse, pero aunque está regulado, las empresas se pasan por la faja la legislación. Que tiene grandes ventajas es una obviedad que no vale la pena discutir, pero que muchos están abusando sin derecho a disentir es la luz del meridiano.
Como la Ivermectina, está resultando peor el remedio que la enfermedad y las cadenas ya suenan desde casa…