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La perorata y los dislates

De un tiempo para acá me duele mucho la cabeza. No es migraña, ni jaqueca, ni cefalea pura y dura. Es un peso que me oprime y me molesta. Se me escurre la visión y me seca la garganta. No sé si estoy mareado o simplemente estoy borracho. No me sirve nada. Ni el ibuprofeno ni el café. Necesito silenciar todos los ruidos.

Debo callar. Ando en busca del sosiego y de la paz, de no perderme de nuevo en el camino, de asumir lo que me toca y soltar lo de los otros, no porque me importe poco- al contrario- sino porque cada cuál tendrá que hacerse cargo- si quiere, si puede-porque nadie podrá decir que su silencio es mejor que el mío. Quisiera ser un ermitaño. O no.

Afuera todo es ruido. El mundo de las ideas de Platón, pero con el parlante de Bad Bunny. Todos hablan. Todos aconsejan. Todos opinan. Todos dicen. Todos parlotean. Todos murmuran. Todos cuchichean. Yo mismo. Quisiera apagarlos como se apaga un radio viejo. No puedo. Lo sé. No debo. No sé. Quisiera apagarme como se apaga un radio viejo. No puedo. No debo. ¿No puedo? ¿No debo? Las redes. La radio. La gente. La política. Puuuta. Los políticos.El periodismo. Los periodistas. Los influencers, las tías, los grupitos de whastapp. Estoy preso de mi propio invento. El que toma trago se emborracha. O se marea. Tú te metiste. Tú te sales. O me quedo y me emborracho y me mareo.

No hay descanso. La infoxicación y la infodemia. El exceso y la mentira. La cantidad y la ficción. La exageración y el fingimiento. Una idea aplasta a la anterior. Como una puta de bar de mala muerte que no se acuerda del olor de los sudores- menos del nombre- de los clientes de una noche. Periódico de ayer. Sensacional cuando salió en la madrugada, a medio día ya noticia confirmada y en la tarde materia olvidada. La perorata y los dislates disfrazados de sabiondez e inteligencia. De hediondez y egolatría. Relojes Cucú. Alarmas disparadas en la noche. Una gota cayendo. El tinitus. No paran. No paramos. No hay descanso. El infierno son los otros. El infierno soy yo mismo. Todos tenemos el derecho de hablar, pero no la obligación.

Parar. Callar. Frenar. Aplacar. Enmudecer para que tal vez el silencio sea el único lugar de la existencia donde se pueda estar tranquilo, sin que nos duela la cabeza o se nos escurra la visión y se nos seque la garganta.

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