A veces creo que los recuerdos no se construyen, sino que se asientan, como el polvo que dejo acumular en los estantes por desidia o por miedo a descubrir lo que realmente existe por debajo. Yo no los busqué: se me fueron pegando, tercos, como esas canciones que desteto pero que termino tarareando en el ascensor. Y aun así, cuando intento ordenarlos —como quien acomoda un cajón que lleva años sin abrir— descubro que no son fieles, ni precisos, ni obedientes. Los recuerdos, al menos los míos, prefieren la versión que me deja menos mal parado, o la que hace la vida un poco más soportable. Por eso digo que no se construyen: se negocian. Y en esa negociación siempre pierdo un poquito de verdad, pero gano una historia que puedo contar sin que me tiemble la voz.
Acabo de almorzar donde Manuela y voy camino a casa. Como para variar, llueve. ¡Cluappp! Piso una baldosa salpicadora, como si hubiera pisado el mar Atlántico.¡Puta madre!. El frío me activa los recuerdos. Cuando Manu era chiquita, salíamos a patear charcos y éramos felices.Jugar fútbol en medio del diluvio y salir a gritar un gol en medio del diluvio universal,las travesuras de Juanita, tomar un café hirviendo y humeante viendo correr la gente con las sombrillas de colores.
Divago. Pienso que los recuerdos son como esos archivos en el computador que uno organiza por carpetas,hasta que llega el momento en que la máquina se pone leeeeenta. ¿Será?. Ahora divago sobre mi divago porque me atropellan los recuerdos: el olor a pomarosa, los partidos de banquitas, tú,las milhojas de Joyce.¡ Huuuuumm!. (Ahora divago sobre el divago de mi divago: ¿por qué huuumm es onomatopeya de rico o delicioso y no el ahhhhg de los orgasmos que de lejos es más rico que las milhojas de Joyce?). En fin.
Kra-ka-buuum!Cae un rayo y a lo lejos se oye un trueno. Recuerdo a mi amiga Mar que les tiene pavor. ¡Glup!
Y es que a la larga pienso que todas mis emociones, todo lo que siento en mi corazón remendado, la risa, la rabia, el dolor, el miedo, la nostalgia, la melancolía,la esperanza o la tristeza, están atadas con lo que pueda recordar. Hoy me rio de cosas que tal vez solamente yo me entiendo, porque mi risa tiene que ver con la memoria.Lloro porque me acuerdo de algo o de alguien. No se da en el vacío simplemente. Duele, porque evoco ese sentimiento de tristeza. Siento miedo porque pienso en el pavor de las noches por fuera de la casa.Todo está en mi cabeza, todo está en mi memoria por lo que ya no sé si soy un elefante o tal vez un dinosaurio. Tampoco sé si mi memoria es maldición o bendición porque a veces me atormenta y otras veces me da vida.
Soy pedacitos de momentos, migajas de recuerdos que voy construyendo a cada día, a cada segundo que termina, la grieta entre lo que soy y lo que recuerdo ser, entre lo que pasó y lo que pienso que fue, en esa herida perpetua que nunca cicatriza del todo, que es donde habita lo que soy. Vivir es triste en una casa sola.
Mis recuerdos son como una trenza, como una vieja tejedora que va urdiendo hilos hasta tejer una manta interminable con la que algún día intentaré apaciguar el frío de la muerte. ¡Clic, clic, clic! Cada recuerdo lo reciclo hasta crear uno distinto y así todos los días como un bucle inacabable. No sé si llegaré a ser recuerdo para alguien porque para eso necesito de la memoria de los otros.Tal vez algún día pierda la razón del todo para dedicarme a crear recuerdos nuevos que no tengan que ver con el pasado.Será locura. Será la cura.
Mi lluvia de hoy no se parece ni un poquito a la de ayer, ni será igual a la del domingo por la noche, pero me basta recordar la risa de mi hija al patear un charco con sus botas de colores. ¡Plaf!