Imagina que tu timeline de Twitter o Instagram está lleno de personas hablando sobre el mismo tema político, usando hashtags similares y compartiendo los mismos memes. Parece natural, ¿verdad? Pero ¿y si esa gran parte de «conversación espontánea» podría estar siendo orquestada por grupos organizados conocidos como «bodegas de influenciadores»?
Las «bodegas de influenciadores», también llamadas «cibertropas», son grupos organizados de personas (y a veces bots) que operan en redes sociales con un objetivo claro: manipular lo que piensas. No son simples trolls actuando por diversión, sino operaciones coordinadas y bien financiadas que buscan influir en la opinión pública.
En Colombia, este fenómeno ganó notoriedad alrededor de 2018, especialmente durante las campañas electorales. El término «bodegas» se popularizó para describir estas operaciones que apoyaban o atacaban a candidatos específicos, desde Gustavo Petro hasta el uribismo.
El mercado de influenciadores en Colombia mueve más de medio billón de pesos al año, con más de 650.000 influenciadores registrados en el país. Aunque no todos son «bodegueros», este ecosistema masivo proporciona la base perfecta para operaciones de manipulación.
Las cifras son impactantes: se reportó que en 2025, el gobierno Petro habría invertido más de $2.300 millones en estas actividades. Un solo influenciador puede cobrar entre $10 y $15 millones mensuales por participar en estas operaciones. La inversión empresarial en influenciadores saltó de $8.757 millones en 2019 a $117.563 millones en 2023, con proyecciones de alcanzar los $300.000 millones para fines de 2024.
Las bodegas no improvisan. Tienen un método sofisticado que incluye:
- Ejército de perfiles falsos: Crean cuentas falsas o «cyborgs» (combinación de automatización y intervención humana) para simular voces masivas. Una sola persona puede manejar entre 20 y 30 cuentas falsas.
- Mensajes preestablecidos: Distribuyen contenido específico (textos, imágenes, videos) para promover narrativas, atacar opositores o desviar la atención. Esto incluye noticias falsas e información tendenciosa.
- Fabricación de tendencias: Utilizan hashtags coordinados para crear tendencias artificiales. En Colombia, con poco más de 1000 tuits se puede lograr que un tema se vuelva viral.
- Ciberacoso organizado: Lanzan campañas coordinadas de ataque contra individuos, inundando perfiles con mensajes de odio, amenazas y difamación.
- Polarización calculada: Inician debates controversiales para generar división y confrontación entre usuarios.
- Estructura jerárquica: Operan con roles definidos: estrategas, moderadores y replicadores, garantizando campañas efectivas.
Este fenómeno no es exclusivo de Colombia. A nivel mundial, las operaciones de influencia digital se remontan a 2004 con la propaganda terrorista de insurgentes iraquíes. Entre 2012 y 2014, el enfoque se desplazó hacia estados-nación como Rusia.
El punto de inflexión fue la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, que expuso la escala y sofisticación de estas operaciones. La cifra es alarmante: de 28 países con actividad de «cibertropas» en 2017, se pasó a 81 países en 2020.
Entre 2009 y 2020, se gastaron casi 60 millones de dólares estadounidenses en contratar empresas privadas para campañas de propaganda computacional. Facebook reportó casi 10 millones de dólares gastados en anuncios políticos por parte de estas operaciones a nivel global entre 2019 y 2020.
El futuro de la información
Las «bodegas de influenciadores» representan un desafío creciente para la democracia, la libertad de expresión y la calidad de la información. En Colombia, la Fiscalía General de la Nación ha señalado que estas operaciones pueden constituir «concierto para delinquir» y ha anunciado procesos para atacar delitos relacionados como calumnia y suplantación de identidad.
La próxima vez que veas una tendencia en redes sociales, recuerda: detrás de lo que parece orgánico y espontáneo, podría haber una operación coordinada diseñada para influir en tu opinión. El poder está en tus manos para ser un consumidor crítico de información en la era digital