Colombia es un país raro,donde un gobierno convoca una huelga general como una forma de protesta. Algo así como darse un martillazo en el dedo gordo.En el de uno.
En las arterias de la sociedad, donde el trabajo y la lucha se cruzan, late un concepto tan antiguo como la rebeldía humana: la huelga. No es solo un paro, un silencio de máquinas o un vacío en las oficinas; es un alarido colectivo, un puño alzado que dice «basta» cuando la dignidad se siente pisoteada.
La huelga es, en esencia, la decisión colectiva de trabajadores de detener su labor para exigir mejores condiciones, derechos o justicia. Es un arma pacífica, pero poderosa, que interrumpe el flujo del sistema para gritar una verdad incómoda. No es un capricho ni una rabieta; es un acto de estrategia, un cálculo donde el sacrificio temporal busca un cambio duradero. Como un río que se desborda, la huelga inunda las calles, las fábricas, las oficinas, recordándonos que el trabajo no es solo un medio de vida, sino un espacio de dignidad.
Su origen se pierde en los pliegues de la historia, pero podemos rastrearlo hasta las primeras sociedades industriales. En la Inglaterra del siglo XVIII, cuando las máquinas de vapor transformaron el mundo y los obreros se convirtieron en engranajes de un sistema voraz, surgieron los primeros paros organizados. La palabra «huelga» proviene del español «holgar», que significa descansar o estar ocioso, pero también evoca el término «huelgo», usado en los puertos de España para señalar el abandono del trabajo por parte de los estibadores. Desde entonces, la huelga ha sido un termómetro de las tensiones sociales, un espejo donde se reflejan las desigualdades.
Huelgas que marcaron el mundo
A lo largo de los siglos, las huelgas han sido faros en la tormenta, iluminando luchas que trascienden fronteras. Uno de los ejemplos más emblemáticos es la Huelga General de 1919 en Seattle, Estados Unidos. Por cinco días, más de 65.000 trabajadores paralizaron la ciudad, desde los astilleros hasta las cocinas, en una muestra de solidaridad sin precedentes. Exigían mejores salarios y condiciones tras la Primera Guerra Mundial, y aunque no lograron todas sus demandas, dejaron una lección: la unidad obrera podía estremecer los cimientos del poder.
En Europa, la Huelga de los Mineros del Carbón en el Reino Unido (1984-1985) es otro hito. Bajo el gobierno de Margaret Thatcher, los mineros británicos enfrentaron la privatización de su industria con un paro que duró casi un año. Fue una batalla épica, con comunidades enteras resistiendo el hambre y la represión policial. Aunque el gobierno logró quebrar la huelga, el movimiento galvanizó la conciencia obrera y dejó un legado de resistencia frente al neoliberalismo.
Más cerca en el tiempo, las huelgas climáticas lideradas por Greta Thunberg desde 2018 han redefinido el concepto. Jóvenes de todo el mundo han abandonado aulas para exigir acción contra el cambio climático, demostrando que la huelga no solo pertenece a los trabajadores, sino a cualquier grupo que alce la voz por un futuro justo. Estas marchas globales, desde Estocolmo hasta Sídney, han puesto en jaque a gobiernos y corporaciones, recordándonos que la inacción también tiene un costo.
Colombia: Un país tejido con paros
En Colombia, la huelga es parte del ADN de las luchas populares, un grito que resuena en las plazas y los campos. Desde los años 20, cuando los trabajadores de las bananeras en la Zona Bananera del Magdalena protagonizaron la Masacre de las Bananeras (1928), el país ha sido escenario de paros que mezclan coraje y tragedia. Aquella huelga, inmortalizada por García Márquez en Cien años de soledad, buscaba mejores condiciones laborales frente a la United Fruit Company. La respuesta fue brutal: cientos de trabajadores asesinados por el ejército. Pero su sacrificio sembró las semillas del sindicalismo colombiano.
En las décadas siguientes, las huelgas se multiplicaron. En 1977, el Paro Cívico Nacional paralizó el país bajo el gobierno de Alfonso López Michelsen. Obreros, campesinos y estudiantes se unieron para protestar contra el alza de precios y la represión estatal. Las calles de Bogotá, Medellín y Cali se llenaron de pancartas y gases lacrimógenos, y aunque el gobierno respondió con mano dura, el paro marcó un hito en la organización popular.
Más recientemente, el Paro Nacional de 2019 y 2021 mostró el rostro de una Colombia que no se resigna. Convocados por sindicatos, estudiantes y movimientos sociales, estos paros fueron una respuesta a las políticas de austeridad, la desigualdad y la violencia estatal. En 2021, las protestas se extendieron por meses, con barricadas en Cali, marchas en Bogotá y cacerolazos en todo el país. La represión dejó decenas de muertos y miles de heridos, pero también visibilizó las demandas de una generación que exige un país más justo. Las imágenes de jóvenes bailando en las calles, entre el caos y la esperanza, son un recordatorio de que la huelga en Colombia no solo para, sino que también crea.