Latidos

Hay cosas en la vida que son como una ola. Cuando las sientes en tu playa, se van, se alejan y se devuelven al mar, para irse un poco más lejos. Y así. Son las utopías, dicen.

 

No importa lo mucho que caminemos hacia ellas, no hay vida posible en la que podamos alcanzarlas. Esa es su magia. O su tragedia, porque como dice Galeano, “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

La utopía siempre está latente, ahí, con su carita de posible, con su sonrisita de dable y realizable, con su imagen nebulosa de factible. Y por eso, nos frustramos y por eso, andamos por la vida buscando alguien que nos salve, tal vez Dios, tal vez algún ídolo de barro, tal vez una persona o un fetiche, como si fuera algo aleatorio, una pequeña gran ruleta donde deslizamos cada día nuestra suerte, sin saber si es esperanza o simple expectativa.

 

Hay cosas en la vida que son como una ola. Cuando las sientes en tu playa, se van, se alejan y se devuelven al mar

 

Como en un perfecto oxímoron, la utopía es lo único cierto que tenemos, el tronco inalterado al cual nos aferramos en medio de un mar embravecido . Como huella indeleble, cada cual tiene la suya y por eso no requieren defensa y no admiten juicio. Solamente cabe imaginarlas.Y seguirlas

Y es que soñar, sueña cualquiera, porque a la larga, se tiene la certeza que en algún tiempo, en algún lugar, está la recompensa, diferente a la utopía que nos obliga a levantarnos aún sabiendo que nunca llegaremos.

Si fue primero la vida o la utopía, nadie lo sabe. Tampoco, viceversa. Lo único cierto es que cuando muere una utopía es imposible que se detenga la agonía de los cuerpos marchitados.

 

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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