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No hay duda que son un rezago de nuestra sociedad patriarcal, pero lo cierto es que en Colombia cada día son más las mujeres mayores de 50 que se dedican al cuidado de sus padres.

La tarde caía lenta sobre Bogotá, como si el tiempo supiera que a veces hay que parar. Cristina, 53 años, empujaba la silla de ruedas de su madre, doña Clara, por un parque lleno de palomas y memorias. El aire olía a tierra húmeda.  No lo planeó así. Hace diez años, su madre era la que corría tras ella, regañándola por no abrigarse. Ahora, los roles se invirtieron. Cristina es una de tantas mujeres cuidadoras en Colombia, esas que sostienen vidas mientras las suyas se desgastan en silencio.

No es un dato menor. Según el DANE, en 2023, el 45,4% de los hogares colombianos tienen una mujer como cabeza, muchas asumiendo el cuidado de sus padres mayores. No hay medallas ni feriados. Solo una rutina de pastillas, citas médicas y noches cortas. “Cuidar es como bailar un vallenato eterno: te mueves, pero no avanzas”, bromeó una vez con su vecina. Y es que, en América Latina, el Banco Interamericano de Desarrollo dice que las mujeres dedican tres veces más tiempo al cuidado no remunerado que los hombres. Cristina no lleva la cuenta, pero su espalda sí.

Al principio, fue un susto. Doña Clara se cayó en la cocina un martes cualquiera. El médico habló de artrosis y algo de olvido. “Temporal”, pensó Cristina. Pero el tiempo se estiró como un chicle viejo. Dejó el trabajo en la tienda porque los horarios no daban. Según un estudio de 2024 del Ministerio de Salud, el 65% de los cuidadores familiares en Colombia reportan cambios drásticos en su vida. Cristina lo siente en los huesos. “A veces me miro al espejo y no sé quién soy”, confesó a su prima entre café y suspiros. Hay un humor negro en eso: la hija que se pierde cuidando a quien la trajo al mundo.

En Bogotá, las cuidadoras como ella pasan unas 20 horas semanales en esas tareas, dice la Secretaría Distrital de la Mujer. Y eso sin contar las noches que no pegan ojo.Cristina  se ríe: “Soy una zombie con delantal. Soy su GPS, su chef y su memoria externa”.”. Leyó a Clarice Lispector en una revista vieja: “Vivir es un riesgo que asumimos”. Y vaya riesgo. Su madre repite las mismas historias, pero a veces la mira con ojos nuevos, y eso basta para seguir.

En Colombia, la tasa de dependencia de adultos mayores creció al 16% en 2025, según el BID. Más padres que cuidar, menos manos para hacerlo. Cristina encontró trucos: una sopa rápida, una siesta robada. “No soy heroína, soy superviviente”, dice.

El final llegó un domingo tranquilo. Doña Clara se durmió en su mecedora, con una sonrisa que parecía despedida. Marta lloró, pero no de vacío. Había paz en esa partida. Se sentó en el balcón, mirando la ciudad que seguía su curso. Pensó en una línea de Amélie: “La vida es un misterio que hay que vivir”. No fue fácil, pero fue suyo. Cristina guardó la silla de ruedas. No sabía qué hacer con tanto tiempo libre. Sonrió. Quizás, por fin, era hora de cuidarse a sí misma.

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