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Mis intentos y mis miedos

Mi vida es el resumen de mis miedos, pero también de mis intentos, porque ambos son como hermanos siameses, mi blanco y negro, mi ying y mi yang, que se entrelazan y se dan vida, que se sostienen y se ahogan como un enfermo moribundo que se aferra a la existencia de la mano del otro que aparece de la nada. Todas las veces que sentí miedo, lo intenté. Y viceversa.

Mis intentos y mis miedos me definen, porque me hacen sentir que estoy vivo, que aún quedan cosas por decir, que aún quedan cosas que aprender, amores que vivir, errores que enmendar. O cometer. Mis certezas son un pan francés mal empacado. No duran más de día y medio sin que pierdan su sabor, su frescor y consistencia. Con el paso de los días se desmoronan y descuajan, se deshacen y desarman. Y es entonces cuando vuelve todo a comenzar como una oruga que muere para volverse mariposa.

Y tal vez, por eso me lanzo al agua sin bote salvavidas. Desprevenido, despistado, distraído, confiado, entregado, con los ojos cerrados, sin malicia, dispuesto a darlo todo porque creo que no hay amor fallido y no hay beso que se pierda.  Y así me ha ido. He sido absolutamente feliz, así hoy esté odiando los viernes por la tarde cuando me emborracho de recuerdos. No sé si es descaro, fiebre, pero no me arrepiento de nada, porque lo he intentado todo. En el amor. En la vida. En el amor que me da vida. Y me la quita. Como dice la canción de Fito y los Fitipaldis con Calamaro, “ha sido divertido y me equivocaría otra vez “. Todo lo agradezco, todo lo bendigo. Me he equivocado una y mil veces y he pedido perdón y he perdonado. Y por eso, vuelvo a creer para no perder dos veces porque ya pasó el tiempo de los reclamos, de las dudas y dolores, de las preguntas y las lágrimas. Lo que pasó, pasó y no hay forma de cambiarlo. Y fue perfecto.

Tengo alma de niño que se cae y se levanta, que se sopla los raspones, pero vuelve a sonreír para correr detrás del gol que asegura la victoria. porque sabe lo que quiere, pero muchas veces no sabe por dónde comenzar. Y por eso, soy terco y obstinado. Me aferro a las personas y a sus cosas hasta que entiendo que son libres de elegir entre quedarse o buscar el sol en una ventana diferente, aunque sé bien que del que se va algo se queda, por lo que nunca se va, por lo que nunca se queda.

Sé bien que estoy aquí de paso, como el que entra en casa ajena tratando de no despertar a los gatos perezosos, pero igual termina rayando las paredes. Existir es un como un parto doloroso, un músculo que hay que ejercitar, aunque nos duela. Y duele. Y duele como un putas. Pero entre el miedo y el intento hay una grieta donde logro descubrir quién soy y quién he sido: un tipo que quiere querer salvajemente, que se tira cada día a los vacíos  con miedo y con culillo, con una sonrisa forzada, esperando que alguien allá abajo haya puesto un colchón que aliviane mi caída. O no.

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