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Pacifistas incendiarios

No fue hace mucho que me mamé de mirar el plato ajeno, de fiscalizar sus verduras y sus postres. Y aunque fue hace no mucho, no quiere decir que aún no lo haga, porque el peso del rumor sigue ahí, como moscas verdes zumbando en la indecencia de las certezas que un día le robe a genio distraído.

Me miro al espejo y veo a un tipo al que le falta pelo, pasión y paciencia. Pálido, pedante, pueril, poético, perdido, prolijo, puntual, pacífico, paternal, perceptivo y para completar un Piscis que solo quiere ser palíndromo para que lo lean igual de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de arriba abajo, de abajo a arriba. Para que me lean igual de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de arriba abajo, de abajo a arriba ¡ Pufff ¡

Me siento en la mesa de afuera del bar donde quedamos de encontrarnos con Cristina. Ya ni recuerdo la última vez que nos vimos. Nos conocemos hace tiempo y de vez en cuando nos hablamos. Hace frío y llueve, aunque estoy por pensar que el frío en un invento de los solos. Pedimos dos cervezas. Ella suele ser directa y hasta hostil. Me habló de Gaza y de Israel, de política y violencia, de izquierda y de derecha, de mamertos y fascistas, de Trump y de Milei, de reforma laboral y estructural, de EPS y bitcoins, de la vida y del amor, de depresión y de Instagram, del Metro y de las maromas de su gata Abigail. Ufff. Necesito otra cerveza.

Y ahí estaba ella, como si fuera una rockola de opiniones ajenas, disparando verdades que tal vez había leído en Twitter o Instagram, certezas de turno de los grupos de whastapp, furias prestadas, repetidora serial de la indignación ajena, gritando consignas que no alcanza a defender.

Discutimos del por qué sólo escribo de las cosas que me pasan y yo le dije que porque es lo único que sé. Todo lo demás son chismes y rumores, trucos filosóficos, infundios bien vestidos que se pasean por ahí. Eso no quiere decir que no me importe lo que pasa en Gaza e Israel o con la izquierda y la derecha o con Trump y con Milei o con el Metro y el bitcoins. Claro que me importa y por eso leo y oigo y tengo mi opinión, que equivocada o no, es solo mía. Igualito que  con lo que me pasa, que solo me importa a mí y a dos o tres personas que me quieren.

Y así se fue la tarde y la lluvia de esta ciudad que a veces se torna bipolar. De vuelta hacia mi casa en un Transmilenio atestado y sudoroso, me fui pensando en tanto pacifista incendiando lo poquito que nos queda porque todo lo solucionamos con la parla, con la labia, con la elocuencia y con la locuacidad, que a la larga no conduce a nada, porque las palabras, como las tejas de las casas de los pobres, se las lleva el viento. Aunque muchas cosas nos indignan, todo lo convertimos en meme, en tuit, en blog, en ley, en   charlita de café sin más argumentos que el capricho o el chisme. Mensajitos de paz insultando a los distintos, marchas del silencio gritando tanto odio, marchas por la paz que terminan en tropel. Brotan por doquier tantos sabiondos de dos pesos, tantos expertos de ficción, diletantes de la nada, petulantes de ocasión.

Por eso solo escribo de las cosas que me pasan sin mirar el plato ajeno, buscando estar en paz y de vez en cuando poder hacer una maroma. Como la gata Abigail…

 

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