Por Gabriel Romero Campos (@Gallo Nocturno)
El 23 de febrero de 2022, Rusia invadió a Ucrania. Tal vez, Vladimir Putin imaginó que el ataque tomaría corto tiempo. Pero en Oriente el tiempo es largo, se prolonga y se hace denso, como el vasto territorio que abarca. La guerra aún no termina. Se hace lenta, incierta. Rusia ataca con paciencia. Sabe que su ejército y su aparato militar es más poderoso que el ucraniano y tiene la convicción de que con el correr de los meses o de los años, Kiev caerá.
Las élites rusas creen que Kiev caerá y volverá a ser parte del antiguo imperio ruso. Occidente suele tener una mirada corta para entender el pensamiento ruso. Occidente ha creído que la democracia es el único camino. No fueron pocos los que pensaron que una vez se produjo la implosión de la Unión Soviética, el mundo se inclinaría por las democracias. No hay, no ha habido un único modelo político en el mundo, y menos en estos tiempos en que Putin tiene en su cabeza la idea del regreso del imperio ruso. No es una ocurrencia o un capricho de Putin.
Ucrania no puede ser de Occidente, reiteran Putin y sus élites, y en medio de su argumentación sostienen que Rusia y Ucrania comparten un origen común: La Rus de Kiev, el primer estado eslavo de la historia, que surgió en la Edad Media y se convirtió en el más grande y poderoso de Europa en los siglos X y XI. También en ese tiempo se afincó el cristianismo ortodoxo. Pero en el siglo XIII, la invasión mongola arrasó con la Rus de Kiev. La ciudad fue destruida en 1240.Entre 1721 y 1917, la mayor parte Ucrania fue del Imperio ruso. Era una zona importante del área de influencia de la Rusia de los zares, pero adentro de Ucrania, importantes sectores de la población insistían en una identidad nacional ucraniana.Llega la Revolución de Febrero en el 17. Se desintegra el Imperio de Rusia. Luego se desatan la Revolución de Octubre y la guerra civil rusa. Ucrania reclama su independencia. Cae ante el poderío de los Bolcheviques y en 1919 se constituye la República Socialista Soviética de Ucrania. Tres años más tarde, Ucrania se convierte en miembro fundador de la Unión Soviética, pero en el fondo, Ucrania está inconforme. Atada, luchará por su libertad.Ucrania, una vez más sometida. Víctima de la hambruna en la década de 1930, que mató a más de cuatro millones de personas. Víctima de la invasión alemana de Hitler a la Unión Soviética. Víctima del desastre de Chernobil, en el 86.
Es, tal vez, Ucrania uno de los símbolos de la dualidad rusa. En agosto 24 del 91 declara su independencia, apenas unos meses antes de la formalización de la disolución de la Unión Soviética. Una Ucrania con una mirada política diferente, inclinada a la democracia y al libre mercado. Más cercana a Occidente. Todo esto argumentan Putin y sus élites para declararla como la gran traidora del origen ruso, de la Rus de Kiev.
Todo esto hace parte de esa profunda contradicción que se ha dado en la historia de Rusia. ¿Es Rusia parte de Asia? ¿Es Rusia parte de Europa? ¿Cuál es el papel de Rusia en el mundo?
La historia tiene en parte la respuesta:
Antes del ascenso de Pedro el Grande, en Rusia se usaban zapatos de fibra. Abrigos hechos en casa. Se dejaban la barba. Las casas eran de madera y las gentes iban a iglesias de colores luminosos con cúpulas en forma de cebolla. Era una Rusia que no había tocado las puertas del Renacimiento, ni las de la Reforma. Era una Rusia medieval, atrasada, como detenida en el tiempo.Pedro el Grande creó a San Petersburgo, una ciudad hecha a imagen y semejanza de Europa. En su maravilloso libro ‘El baile de Natasha’, Orlando Figes relata que los rusos decían que Pedro había construido la ciudad en el cielo y luego la había hecho descender, como un modelo gigantesco, sobre el suelo. No era solo construir una ciudad. Era un proyecto utópico de ingeniería cultural. Era reconstruir al hombre ruso y convertirlo en hombre europeo.
Pedro advirtió que Rusia estaba anclada. No había participado en los grandes descubrimientos marítimos. No tenía grandes ciudades, ni burguesía, ni clase media. Tampoco tenía universidades, ni escuelas públicas, y solo contaba con academias monasteriales. El proyecto de Pedro era enorme. Buscó en Europa una armada que siguiera el modelo de las armadas holandesa e inglesa. Buscó escuelas militares que se semejaran a la sueca y a la prusiana. Buscó sistemas jurídicos tomados de los alemanes. Además, encargó escenas bélicas y retratos para dar a conocer el prestigio de su Estado. Adquirió esculturas y cuadros para decorar los palacios de San Petersburgo.
Pedro desató una profunda dualidad en el ruso. Partió su mente en dos. Era consciente de que actuaba según modelos europeos, pero en su interior estaban arraigadas las costumbres y sensibilidades rusas. Esta certeza la tenía Dostoievski. “Nosotros, los rusos, tenemos dos patrias: Rusia y Europa”. “San Petersburgo es nuestra cabeza, Moscú es nuestro corazón”, reza un proverbio ruso. Ese brillante escritor que era Gógol tampoco hizo caso omiso de esta dualidad. “A San Petersburgo le gusta burlarse de Moscú por su torpeza y falta de buen gusto. Moscú le reprocha a San Petersburgo que no sepa hablar en ruso. Rusia necesita a Moscú, San Petersburgo necesita a Rusia”, reflexionaba Gógol.
Los rusos tradicionales, los eslavos, los del lado asiático, estaban convencidos de que San Petersburgo era engaño y vanidad. La idea de Pedro produjo un notable desplazamiento de intelectuales rusos a Europa, especialmente a Francia. No todo sería tan maravilloso, como suele ocurrir en los grandes proyectos. Muchos de los intelectuales rusos se desilusionaron de Occidente. La conclusión del escritor ruso Denis Fonvizin fue demoledora: “París, ciudad de decadencia moral, de mentiras e hipocresía. Una ciudad de codicia material, donde el dinero es Dios. La amistad, la honestidad y los valores espirituales no tienen significado alguno”, concluyó.
Para influyentes intelectuales rusos, Occidente era un espejismo. Había sido examinado a fondo y como resultado se desató un movimiento que apuntaba hacia el orgullo ruso, hacia su cultura, hacia su fondo histórico. Alexander Herzen fue un filósofofo e ideólogo de la revolución campesina. Luchó abiertamente contra el poder el zar y contra el régimen de servidumbre. Pues bien, Herzen y también Dostoievski llegaron a la conclusión de que el destino de Rusia era salvar a un Occidente en decadencia.
El orgullo ruso se despertó aún más tras la invasión a Moscú que Napoleón intentó en 1812. El general Kutuzov sorprendió al emperador francés con la quema deliberada de la ciudad. La historia ha sido suficientemente clara en afirmar que uno de los factores que más influyó en la caída de Napoleón fue la idea de invadir a Rusia.
Los rusos más tradicionales interpretaban el fallido intento de Napoleón como el triunfo sagrado del principio autocrático ruso. Fue el momento en que el Estado zarista se reveló como el agente escogido por Dios, decían con convicción. Rusia, salvadora de Europa. No era una idea de los intelectuales de ese tiempo. Tras la caída de Constantinopla, en 1453, Moscú se veía a sí misma como el último centro superviviente de la religión ortodoxa, como heredera de Roma y Bizancio y como salvadora de la humanidad.
La concepción religiosa de Rusia establece una gran diferencia sobre la gracia divina en relación con Occidente. En Occidente, ésta se les concede a los virtuosos. En la concepción ortodoxa es potencia disponible para cualquier ser humano. La iglesia rusa cree que la mente humana no puede comprender a Dios. En la iglesia rusa no hay bancos, ni jerarquías sociales. Los fieles pueden moverse y caminar para arrodillarse y hacer la señal de la cruz ante los diversos íconos.
Los rusos oran con los ojos abiertos y la mirada puesta en un ícono. No se confiesan al sacerdote, sino al ícono de Cristo con la presencia de un sacerdote como guía espiritual.El espíritu de la tradición bizantina hizo que el imperio ruso se viera como una teocracia, un reino verdaderamente cristiano en el que la Iglesia y el Estado están unidos. La condición divina del zar era un legado de esa tradición.Dostoievski decía que hay un anhelo que siempre ha estado presente en el pueblo ruso. Es una gran iglesia universal de la Tierra. Belovode, ubicada en un archipiélago entre Rusia y Japón, es en el mito ruso la Tierra Prometida. Lugar de una comunidad de hermandad, igualdad y libertad cristianas.No es, pues, un capricho de Putin. Es una idea profunda y arraigada en el tiempo.
Volvamos a hoy. Ha llegado Trump a la Presidencia de Estados Unidos. Ha llegado como el gran caudillo. El Estado soy yo, parece decir. Sin sutileza alguna le da a entender al mundo que su país se afianzará como un imperio, y de forma sibilina, parece darle la razón a Putin en el conflicto con Ucrania. Ucrania no tendrá el apoyo irrestricto de Estados Unidos, y, por ahora, no lo tiene de la OTAN. Ha amenazado Putin que, si Occidente acepta a Ucrania, podría desplegar su poderío militar, que incluye armas nucleares. De manera que la ayuda de Europa a Ucrania ha sido, como se dice coloquialmente, por los laditos. No se ve ni a corto ni largo plazo que Ucrania sea acogida por la OTAN.
En medio de esta realidad líquida y cambiante que vive el hombre de hoy, de esta entrada del mundo digital y sus impredecibles consecuencias políticas y económicas, Ucrania ha sido dejada a su suerte. Kiev, base de la creación de Rusia, puede ser engullida. No hoy, ni mañana, pero puede llegar el día. En Oriente, el tiempo transcurre con mayor lentitud. El oso ruso avanza. Lo hace con paciencia, en medio de la nieve y las tormentas. Es como si no tuviera noción del tiempo, pero como si supiera que, tarde o temprano, su presa caerá.
