La prediabetes es un poco como los juegos previos antes del amor. Imagínate un atardecer en las calles de Bogotá, Medellín o Cali: el sol se despide, las sombras se alargan y todo parece en calma. Pero hay algo que no ves, un murmullo que no escuchas: la prediabetes acecha en silencio, especialmente entre quienes rondan los 50 y 60 años. En Colombia, este susurro es más fuerte de lo que crees, y los números, como un trueno que retumba, nos obligan a mirar de cerca.
La prediabetes es ese limbo traicionero donde el azúcar en la sangre está más alta de lo normal, pero no tanto como para llamarla diabetes tipo 2. Es como caminar por un puente colgante: aún no te caes, pero el vértigo está ahí. A nivel global, el IDF Diabetes Atlas estima que en 2025 unos 541 millones de adultos la padecen. En Colombia, según proyecciones basadas en el ENSIN 2010 y estudios posteriores, se calcula que 3.2 millones de adultos viven con prediabetes en 2018, y para este 2025, con el crecimiento poblacional y el aumento de factores de riesgo, esa cifra podría acercarse a los 3.5 millones. De estos, un grupo clave son los adultos entre 50 y 60 años, atrapados en una etapa de vida donde el cuerpo empieza a resentir los años.
En el país, los datos pintan un cuadro inquietante. El estudio Prevalencia de Diabetes Mellitus, Sobrepeso, Obesidad y Síndrome Metabólico en Adultos en Bogotá, 2022-2023 encontró que los grupos de edad más comunes entre los participantes eran 50-59 y 60-69 años, con una prevalencia alta de condiciones asociadas a la prediabetes, como sobrepeso y obesidad. En Bogotá, el 50% de los adultos entre 50 y 59 años tenía sobrepeso u obesidad, factores que disparan el riesgo. Si ampliamos la lente, el ENSIN 2010 ya señalaba que el 50% de los mayores de 35 años estaban en esa categoría, y la tendencia no ha hecho más que crecer.
Para los colombianos de 50 a 60 años, la prediabetes no es un dato aislado. Un consenso de expertos en Colombia (Prediabetes in Colombia: Expert Consensus, 2017) estima que progresa a diabetes tipo 2 a un ritmo del 10% anual si no se interviene. Y aquí va el golpe: dos de cada tres prediabéticos en el país no saben que lo son. Eso significa que, en este rango de edad, podrían ser más de 700,000 personas entre 50 y 60 años caminando con esta bomba de tiempo sin sospecharlo, según proyecciones ajustadas a la población de 2025 (DANE).
La prediabetes no es solo un número en un examen. Es un aviso de males mayores. Entre los 50 y 60 años, el cuerpo ya no perdona tan fácil: el Global Burden of Diseases Study vincula la prediabetes con un mayor riesgo de infartos, derrames cerebrales y daño renal. En Colombia, donde la hipertensión y la dislipidemia (niveles altos de colesterol y triglicéridos) son compañeras frecuentes del sobrepeso, el peligro se multiplica.
Entre los 50 y 60, la vida en Colombia no ayuda. El estudio de Bogotá mostró que este grupo suele tener ingresos bajos (el salario mínimo es lo común), trabajos sedentarios o tareas no remuneradas (cuidar enfermos, niños), y una dieta cargada de arepas, frituras y refrescos. La encuesta ENSIN ya lo había advertido: el sobrepeso y la obesidad abdominal subieron entre 2005 y 2010, y en 2025, con la urbanización y el estrés, el panorama no mejora. Para este rango de edad, el sedentarismo y el historial familiar de diabetes son como gasolina en el fuego.
Pero no todo es tormenta. La prediabetes, incluso a los 50 o 60, tiene freno. El National Diabetes Prevention Program demostró que perder entre 5% y 7% del peso y caminar 150 minutos a la semana reduce el riesgo de diabetes tipo 11 en un 58%. Para los mayores de 60, el beneficio sube al 71%. En Colombia, el consenso de expertos recomienda herramientas como el cuestionario FINDRIS (adaptado como ColDRIS), que con un puntaje de 12 o más identifica a los vulnerables con 74% de sensibilidad. Un paseo por el parque Simón Bolívar, menos azúcar en el tinto y chequeos regulares podrían cambiar la historia.
Entre los 50 y 60 años, la prediabetes es un rugido que no se puede ignorar. En Colombia, con más de 700,000 en este grupo posiblemente afectados y sin saberlo, el mensaje es urgente. El atardecer de la vida puede ser dorado, pero depende de nosotros que no se nuble con una tormenta que ya está avisando.