Sesentañez

En dos días cumpliré sesenta años. Nací en una familia donde nunca faltó nada, ni tampoco sobró mucho. Ser el menor de siete hermanos no me trajo beneficios ni desgracias. Simplemente pasó.

Mi viejo era un tipo de palabra, tranquilo, pasivo, con el que tuvimos una relación tan cercana como cincuenta años de diferencia nos marcara. Mi madre, fue secretaria, lo que tampoco era común en una época donde las mamás se quedaban en la casa, cocinando y teniendo cuantos hijos se pudiera. Y mis hermanos, pues eran los típicos hermanos. Así que ser el séptimo me bendijo con la necesidad de criarme en la calle, jugando fútbol y tomando agua de manguera.

Soy un atardescente. Ya no espero que llueva. Sólo miro a las nubes que el viento bambolea y las lleva lejos de mi casa. En perspectiva, no me ha ido nada mal. No tengo un peso, pero no le debo nada a nadie, tengo la conciencia tranquila, hago lo que quiero sin joder a nadie, digo lo que pienso, escribo lo que creo, hago lo que puedo, pido perdón y lloro cada día cuando oro.  He amado intensamente a dos mujeres en mi vida, a las que les daría un pulmón si les faltara el aire – yo no esperaba nada y te vi, dice Fito Páez- y por encima de todo, tengo dos hijas maravillosas por las que me despierto cada día.

Poco encajo y cuando encajo, me incomodo. Los que no me conocen dicen que soy triste y melancólico, pero los que saben en realidad quién soy, entienden que lo mío es una alegría extraña. Soy fiel y leal y no me interesa ser de otra manera y a esta altura de mi vida, prefiero que los que no me quieran por lo menos que no me jodan. Me encanta el sexo, el fútbol, el pan caliente, las chocolatinas Jumbo Jet, los tenis, los blue jeans, el tinto en la mañana, tomarme una cerveza, robarme las uvas en Carulla, leer a Elvira Sastre, bañarme con agua hirviendo y dormirme muy temprano.

 

Soy un atardescente. Ya no espero que llueva. Sólo miro a las nubes que el viento bambolea y las lleva lejos de mi casa

 

No creo que todos los políticos sean malos. Estoy convencido que hay algunos que son peores. Me aburre la etiqueta, las apariencias, las comidas elegantes, soy mal hablado, jodón y burletero y lo que me falta de pelo, me sobra de arrugas. No creo en el marketing ni en las mentiras diplomáticas y creo que eso que hoy llaman marca personal, es lo que las abuelas llamaban personalidad, que podrá no gustar, pero es la mía. Confundo más de lo que convenzo,soy un niño, tengo palabra y pocas veces llego tarde. He estado al borde de la muerte dos veces, pero mentiría si digo que he visto el túnel.

Tengo la suerte de haberme caído muchas veces, por lo que muchos creen que, en cuestión de fracasos, soy un caso de éxito. Yo lo veo diferente. Creo que detrás de cada golpe he aprendido muchas cosas, lo que no quiere decir que a la vuelta de la esquina no me vuelva a ir de jeta. He tardado sesenta años en darme cuenta de muchas cosas, pero tengo la fortuna de tener algo de tiempo, mucho o poco no se sabe, aunque preferiría que fuera escaso porque la longevidad es un mal que no le deseo a nadie.

Hoy tengo claro que uno solo debe estar donde  es querido, que si no es recíproco termina por romperse, que si no embadurna o huele no es buen sexo, que el amor es una trenza, que hay que confiar en las personas siempre pero día de por medio, que cuando se acaban los motivos hay que echar mano a los recuerdos, que el que sabe escribir, sabe besar, que la poesía no alcanza cuando lo que se necesitan son estrellas, que el que no llora no sana, que todo pasa por algo y todo es algo porque pasa y que Dios todo lo puede- el mío, en el que yo creo- pero toca esperar el turno.

Sesenta años han sido muchos. O pocos. Ya veremos. O no.

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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