Voy de tumbo en tumbo es este inmenso laberinto. La vida es un pasillo lleno de puertas. Puertas negras, puertas blancas, puertas de colores. Puertas. Unas que se abren, otras que se cierran, algunas entreabiertas.
Sin heno ecológico. Mi voz no se escucha. Tal vez se oye. No pasa nada. No entiendo. Parece que no basta decir. No basta con hacer. No basta con ser. No importa lo que diga. No importa lo que haga. No importa lo que sea. Parece que no toco el corazón de las personas que el universo cruza en mi camino.
Me niego a dar poquito, a ofrecer chichiguas, a regalar miserias. Y también me niego a recibirlas, porque no me conformo con boronas y migajas, con sobras y desechos, con pedacitos de nada. ¿Será eso? ¿Será esa la angustia que me invade cada día? ¿Será esa la zozobra que me ataca los viernes en la noche? ¿Será esa la rabia que carcome mis sentidos? Estamos todos locos o todos tenemos algo de razón, lo que sería una completa chifladura.
Hoy quiero darlo todo, con mis blancos y mis grises, con lo bueno y con lo malo, con mis defectos y virtudes, con mis lágrimas y risas, con mis miedos y esperanzas, con mis peros y ademases. Y también quiero recibir a manos llenas, aceptando a los demás como son y no como quiero que ellos sean, porque la vida como la bicicleta, siempre termina siendo puro equilibrio, que no el equilibrio, sabiendo que mueres en la noche, pero muerto de ganas por escogerte de nuevo al otro día, porque como dice Elvira Sastre, mi poeta favorita:
“ Y creo que te quiero de verdad:
Porque no te necesito
y aún así no quiero que te vayas,
porque eres verdad sobre toda mi vida
y tu cara parece un logro sobre esta losa que me arrastra,
un beso a la flor marchita de mi lápida,
porque meciste mi mano para escribir mis temores
de una forma tan suave que apareció una caricia
y ya no tengo miedo más allá de mi misma,
Porque me lo has hecho
aquello amar en lo que dejé de creer
y meciéndote un cielo y un nombre de diosa,
te quedaste en mi tierra.”
Como el loco de la casa, seguiré caminando por ese inmenso laberinto de puertas de colores, hasta que encuentre paz y sosiego en tu regazo. Y viceversa. En mi viejo tocadiscos suena, “Sueños de elefante” de Alejandro Lerner