Creo que tal vez no existo, que soy tan solo una idea, aspirando a ser concepto. Por eso, ni me pasa, ni lo aliento, ni lo padezco y si así pasara, lo diría. Tampoco tengo el virus, ni ninguna enfermedad irreparable por lo que no me siento impedida para hablar del tema, ya que cada cual juzgará según su libre albedrío. Y en cualquier caso, mi mamá es una santa.
Dicho esto, digamos que en estos tiempos de pandemia, de cuarentena obligatoria en casa, hemos hablado mucho de los ancianos y los pobres, de las mascotas y los alimentos, de la convivencia y el aburrimiento extremo. Y yo acá, encerrada como un camarón, sola en mi casa, presa de las circunstancias, me dio por pensar en la triste realidad de los amantes.
Creo que tal vez no existo, que soy tan solo una idea, aspirando a ser concepto
Me los imagino, a ellos y a ellas, bloqueando en el celular el “ Hernán” (mecánico) o el “Rosa” (uñas) para evitar una llamada inoportuna en medio de un juego de parqués o en un almuerzo familiar y tener que explicar que Hernán nos esté mandando besitos o el “me hacen falta tus caricias” de Rosa, la de las uñas. Creo que sería más fácil revelar la fórmula secreta de la vacuna contra el Covid- 19. Para él o para ella, porque acá no hay distingos de sexo.
Sé que sufren por no verse y ninguna excusa parece buena para escaparse de la casa. No habrá poder humano que convenza a la esposa y a los hijos que se debe ir al D1 a comprar gel antibacterial o en hacerle creer al esposo que hay que ir al cementerio a visitar a la mamá. Sé que sufren en silencio porque les hace falta la adrenalina de los polvos a escondidas, de las mentiras acerca de las reuniones de oficina, de las miradas furtivas y secretas. Sé que sufren porque saben que en el fondo lo que hacen no tiene sentido alguno, no tiene futuro, que nadie saldrá ileso y que como en las películas de Scorsese el amante siempre será el De Niro, el malo, el que todos odian y el que al final paga por sus culpas. Sufren, sufren en silencio por no poder decirse que se aman. Sufren, sufren en silencio una especie de síndrome de abstinencia porque les hace falta las caricias de ocasión.
¿Qué será de Hernán el mecánico o de Rosa la de las uñas?
Debo reconocer que tal vez este tema no se me hubiera ocurrido en tiempos normales, pero así como muchos usan sus horas de pandemia siendo chefs, instructores, cuenta chistes y predictores de tragedia, yo decidí escribir que es lo único que sé.