Volver a creer

Hace un calor de todos los demonios. O serán mis infiernos. Como para variar, mi amigo Eduardo vino en mi rescate. Es extremadamente generoso. Desde hace años ha sido mi paño de lágrimas. Sabe todo de mí. No me juzga. Me escucha y se goza mis tristezas. Se ríe. Me enseña y me hace ver que muchas de las cosas que me pasan, me pasan por no escucharlo. El y mis hijas son mi mejor apoyo.

No entiendo nada. El mareo. Cuando creo haberlo alcanzado todo, se desmorona entre mis manos. Soy un tipo normal, incluso buena persona, que acierta y se equivoca como todos, pero en un mundo lleno de hijueputas, suelo ser un bicho raro. Sudo. Lloro y aunque no le tengo miedo a la lágrima, estoy mamado de llorar. Aunque me salve.

Hoy no tengo ganas de nada. No sé si es desánimo, gripa o pura malparidez. Cortázar dice que “ El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente”.

Me duele la boca del estómago. Es fácil confundir la gastritis con una tristeza infinita. La he cagado mil veces en la vida. Lo sé, pero nunca creo haber dañado a nadie.  No lo firmo, porque cada cual carga con sus dolores y sus penas. He recorrido muchos caminos y he estado al borde de la muerte. Creo en Dios, siempre, pero a veces no lo entiendo. Me aferro a El, sin duda alguna, pero cómo negar que tengo rabia porque lo que me da, me quita. Es una forma extraña de enseñar. Un niño chapotea en la piscina. Al lado escuchan a C Tangana.

 

No entiendo nada. El mareo. Cuando creo haberlo alcanzado todo, se desmorona entre mis manos.

 

Se han ido personas.  Me hacen falta. Estoy aprendiendo a dejarlas ir agradecido, pero me resisto a renunciar, aunque debiera. Estuvieron el tiempo que tenían que estar. Ni un minuto más. Ni un minuto menos.(O tal vez solamente están en pausa) Cumplieron su misión conmigo. Y yo con ellas. Gracias. Aún lo estoy asimilando. Tal vez soy mejor persona porque iluminaron mi camino.

¿Por qué escribo? ¿Por qué me abro? ¿A quién le interesa? Es la única forma que sé de desahogarme. Quién soy yo sino lo que cuento de mí mismo. Escribo porque tal vez necesito un testigo de mi vida.  Vuelvo a llorar. Me duele el corazón, no del que hablan los cardiólogos sino del que cuentan los poetas. A veces no alcanza con intentar hacerlo bien. Una vez más he vuelto a quedar flotando en el espacio. Sin rumbo. Esta vez creí que era posible. Y no. Por ahora. Cada vez me queda menos tiempo. Me invade el pesimismo. Nada parece ya servirme. La cancelación, es la forma bonita de decir “a partir de hoy poco me importas”. Las palabras parecen no valer, aunque el silencio puede empeorar las cosas. Me consume la gastritis. O la tristeza. O la desesperanza. Busco. Me escarbo. Estoy descubriendo un camino seguro hacia mi paz interior y es no echarle a nadie la culpa de lo que me pasa. Me hago responsable. Doy las gracias. Nada es poquito. Ni siquiera el tiempo. Cada quien se va cuando quiere. Como puede. Tomo la decisión de volver a creer, de esperar tranquilo. El amor no es fácil, pero el amor siempre es la respuesta.

Eduardo me trae una cerveza y me dice algo que me hace sonreír aun con pocas ganas. Leo a Sabines: “Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos. Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento”. Todo es tristeza. O esperanza…

Dios la bendiga. Dios nos bendiga. Hasta que la vida nos vuelva a encontrar…

 

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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