Son tiempos oscuros, lo sé. Y por eso, resulta de alguna manera saludable ese afán positivo que recorre nuestros días. En las redes, en las tiendas, en las filas de los bancos y hasta en la congestión de Transmilenio, se respira una aspiración válida y respetable de gritarle al mundo que se está bien, que los problemas ya pasaron, que hoy somos seres renovados, individuos de luz.
Yo, en realidad, tomo cierta distancia de ese ambiente festivo, de esa especie de falsos positivos, porque creo que no hay que mostrarlo todo siempre, ni decirlo todo ya.
Tenemos un afán inmenso por demostrar que estamos bien
Como el sexo, cada cual disfruta la vida como mejor le parezca, pero eso no impide que me cause cierto toque de sospecha, cuando leo y cuando oigo a tantas personas gritarle al mundo lo bien que están, la poca falta que le hacen los que estaban, el cambio que han tenido en sus vidas.
Si están bien, me alegro por ellos, porque al mundo no vinimos a pasar miserias, pero conociendo el alma de fantoches que tenemos, de la necesidad de aparentar lo que no somos ni tenemos, mucho me temo que ese estado cercano al nirvana, no es más que una pose, una utopía, un estado anhelado.
Me causa cierto toque de sospecha, cuando leo y cuando oigo a tantas personas gritarle al mundo lo bien que están
Así como uno no debería ir pregonando sus preferencias sexuales, ni sus problemas de próstata o de hemorroides, porque son temas que a nadie le interesan, tampoco debería hacerlo- digo yo- ni con sus problemas ni sus estados de ánimo, por una razón básica: a los que les interesa ya deberían saberlo y a los que no, pues realidad les vale huevo.
Siento y sospecho que cuando uno no está del todo bien, grita lo contrario para convencerse de que sí y para mandar una indirecta a ese jefe que nos echo, a esa pareja que tomó la decisión de abandonarnos, a ese Dios que poco escucha. Cuando uno está aplanchado, es que tiene el alma arrugada, por más que intentemos aparentar lo contrario. No nos echemos cuentos: una cosa es la buena actitud, el positivismo, la neurolingüística y otra, los pajazos mentales que nos metemos. El que está bien, no lo dice, lo irradia y lo transforma en acciones, no necesita gritarlo ni adornarlo porque todo el mundo lo percibe. El que está mal, también.
Sin embargo estamos presos de la angustia de mostrarnos en las redes y en la vida, jugando un juego que aceptamos y alentamos. Somos nudistas en un Transmilenio lleno y en el que a la larga, pocos van vestidos por lo que nuestra desnudez no nos diferencia de los otros.Somos nudistas.Lo que nos falta es playa…