Los que tenemos hijos, sabemos que siempre tenemos y tendremos, una forma distinta de ver las cosas, un doble rasero, cuando se trata de ellos. Frente a los demás, podemos decir y hacer lo que nos venga en gana, pero a la hora de juzgar lo que ellos hacen o dicen, generalmente tenemos una vara diferente.
No estoy disculpando esa actitud. Simplemente la estoy poniendo de manifiesto, porque la mayoría de los padres terminamos presos de las palabras que decimos, de los juicios que aplicamos a los otros, de la forma en que pensamos con respecto a lo que hacen los demás.
Los que tenemos hijos, sabemos que siempre tenemos y tendremos, una forma distinta de ver las cosas, cuando se trata de ellos.
Y es que de alguna manera, cuando se trata de los hijos, nos estamos juzgando a nosotros mismos, a lo mucho o lo poco que hayamos podido enseñar, lo mucho o lo poco que hayamos podido sembrar, lo mucho o lo poco que hayamos dejado de hacer.
Con los hijos no suele haber últimas palabras, ultimátums, porque por más que la lógica y las buenas maneras así lo dicten, siempre estaremos dispuestos a revisar lo que pensamos. Y es que no se trata de disculparles todo, de justificarles todo. No. Sin embargo, en el fondo de nosotros como padres, la mayoría de las veces, encontraremos la forma para darles una nueva oportunidad, la manera de hacer de cada situación un aprendizaje, de empujarlos a que crezcan, que asuman sus errores y reconozcan sus virtudes. En resumen, con los hijos, lo mejor es lavar la ropa sucia en casa y no hacer promesas vanas, que la ceguera del amor nos impida cumplir a rajatabla.
Con los hijos no suelen haber últimas palabras…
Con los hijos se cumple casi al pie de la letra ese pasaje de la biblia que habla del amor: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».
En resumen, para bien o para mal, los hijos hacen parte de otro paquete, intocable, inaccesible para otros, incomprensible para los otros. Es la vida…