El Cigarro

“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! -gritó a un conscripto.¡A ese huevón!, ¡a ése!”, le gritó al soldado, que empujó con violencia al prisionero. “¡No me lo traten como señorita, carajo!”, espetó insatisfecho el oficial. Al oír la orden, el conscripto dio un culatazo al prisionero, que cayó a los pies del oficial.¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda! -gritó el oficial”.

 

Corría el año 73. En Santiago de Chile, todo era confusión. Nadie sabía bien qué había pasado o quién era quien. Un mes atrás, el presidente Allende, intentando sofocar una crisis en las filas del ejercito había nombrado comandante en jefe a un tal Augusto Pinochet, que hasta ese entonces se había dejado ver como un hombre leal a las ideas socialista del gobierno.

 

La leyenda de Víctor Jara sigue viva en la memoria de muchos chilenos que vivieron el horror de la dictadura militar

Sin embargo, detrás de esas gafas oscuras, que de alguna manera le daban un aire siniestro se escondía un hombre que manejaría Chile con mano de hierro durante casi dos décadas.

 

Víctor Jara era por ese entonces un músico, cantautor, director de teatro y por encima de todo, un activista político del partido comunista chileno. A través de sus canciones inspiraba las ideas de los jóvenes chilenos seducidos por las ideas de igualdad que proclamaba Allende, el primer presidente socialista, elegido popularmente en el continente. El Gobierno socialista concitó una amplia adhesión de artistas e intelectuales. En los tres años de Allende, Chile vivió un destape cultural como nunca antes y Víctor Jara fue uno de los protagonistas, junto con Quilapayún, Inti Illimani, Ángel e Isabel Parra y el Quinteto Tiempo.

 

Salvador Allende fue el primer presidente socialista elegido por voto popular

Una vez entraron los fusiles al Palacio de la Moneda, era fácil pensar que Jara caería. Lo que nadie calculaba es que fuera tan pronto. Al día siguiente del golpe militar, Jara fue conducido con cientos de obreros y dirigentes sociales al estadio Nacional, donde la brutalidad militar se ensañó hasta la muerte.

 

Torturado, vejado, pisoteado, ultrajado y humillado, Víctor Jara murió cuatro días después de física hambre y culatazos. No fue el primero, ni mucho menos el último de un reguero de más de 3.200 muertos y desaparecidos, alrededor de 30.000 torturados y decenas de miles de exiliados. En medio de su agonía, pudo escribir sus últimos versos: “Canto que mal que sales / Cuando tengo que cantar espanto / Espanto como el que vivo / Espanto como el que muero”.

 

 

Como diría María Elena Walsh en su inmortal cigarra:

 

Tantas veces me mataron,

Tantas veces me morí,

Sin embargo estoy aquí

Resucitando.

Gracias doy a la desgracia

Y a la mano con puñal,

Porque me mató tan mal,

Y seguí cantando.

Mauricio Liévano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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