Bogotá me gusta por fría, por complicada, por congestionada, por difícil. Por eso agradezco los días de sol. Hoy quisiera uno, pero por más que lo desee, está cayendo un aguacero poderoso. Para completar, acabo de descubrir una gotera y una humedad en la pared. Esa palabra me confunde porque no sé si pensar en un plomero o pensar en ti.
Me sirvo un vino. Leo a Cristina Peri Rossi: “No quisiera que lloviera, te lo juro, que lloviera en esta ciudad sin ti y escuchar los ruidos del agua, al bajar y pensar que allí donde estás viviendo, sin mí, llueve sobre la misma ciudad”. Como la lluvia. Como el sol. Tantas cosas quisiera y no pasan. Tantas cosas quisiera y no pasas. Y entonces qué es toda esa mierda que dicen en Tik Tok y en Instagram que solo basta con quererlo.
No nos echemos cuentos. La ley de atracción es física carreta, o por lo menos en mi caso, porque he ganado hernias y he perdido pelo queriendo cosas que no pasan. Nada imposible, nada irrealizable. Y tampoco es que me haya quedado cruzado de brazos o tomando vino y leyendo a Cristina Peri Rossi. No. Lo he intentado. ¿Será el universo que no quiere? ¿Dios amaneció de malas pulgas y decidió joderme la existencia? ¿Será que los que quieren lo contrario, lo quieren más que yo?
Hoy quisiera un día de sol, pero por más que lo desee, llueve
Esperar lo que nunca va a pasar es una forma de morirse. Debe ser el vino, pero estoy llegando a la conclusión que el pedir y el desear tienen que ver con el ego o con la necesidad. Pido porque creo que me deben. O pido porque siento que lo necesito. Y pues no. Ni lo uno ni lo otro. Nadie me debe nada. Ni siquiera Dios. Ni el universo. Todo pasa por algo. Todo es algo porque pasa. Y necesitar, necesitar, pues… De algo me ha de servir haber estudiado en un colegio franciscano: “Sé vivir con poco y lo poco que necesito, lo necesito muy poco”, decía San Francisco. A mí me encantaba el capitalismo cuando tenía con qué. Y ahora, pues me acomodo a mi clase media, la que trabaja de día y se endeuda de noche. Hasta para tomarme un vino del D1, me alcanza. A veces estar jodido también es un regalo. ¿Que quiero estar con alguien? Obvio, pero en esta soledad estoy de paso. He aprendido a abrazar este desierto, pero no tanto como para que se quede a vivir. “Amar es combatir”, dice Octavio Paz.
Tal vez es más fácil agradecer que estar pidiendo, porque el que espera desespera. Y eso no tiene pero. Las oportunidades pasan, pero el guevón es uno. Y yo, el primero. Por dormido, por ciego, por vacío, por soberbio. Se me acaba el tiempo y por eso me pasé de la esperanza a los milagros, pero para eso necesito estar despierto, lo que no significa no soñar, porque la emoción trae consigo la adrenalina de intentar hacer posible lo imposible, de meter cinco elefantes en un carro de dos puertas, de renacer de entre los muertos y buscar entre las piedras un cien pies en bicicleta. La razón en cambio es irnos a vivir en un iglú, olvidarnos que el corazón es el que manda y el que al final termina decidiendo la felicidad o la tristeza. Vuelvo a leer a Peri Rossi: “ Al doblar la esquina, de pronto la encontré.¿ A quién? A la mujer con la que había soñado toda mi vida.¿Y qué hiciste? Salí huyendo para el lado contrario”. Tal vez la clave es agradecer lo que se tiene y no estar pensando en lo que no.
En mi lista de Spotify, suena “Agúzate” de Richie Ray y Bobby Cruz: “Siento una voz que me dice agúzate que te están velando. Siento una voz que me dice agáchate que te están tirando y yo pasaría de tonto si no supiera que uno debe estar mosca por donde quiera” …