El mundo femenino está lleno de cosas materiales, de tradiciones ancestrales que por más que intentemos posar de liberadas, nos atan y nos gustan.
Nos encantan los códigos, las costumbres los asisehahechosiempre, las rutinas, las modas y los hábitos. Por eso no es fácil luchar contra eso, porque nos toca cargar con el peso de la historia.
Sin embargo, tal vez ya va siendo hora de cambiar el rumbo de las cosas, de entender que el cortejo y la conquista tiene poco que ver con el nivel de los estrógenos y más bien con el deseo y las ganas de juntarse. ¿Quién dijo o en qué piedra quedó escrito que el hombre es dueño de la deliciosa experiencia de pedir que nos casemos? O que los compromisos valen siempre y cuando medie la cajita de peluche con el anillo adentro. ¿Y si le apostamos a la tagua y a los cuarzos en vez de las esmeraldas y diamantes?. Puede que no cuesten lo mismo pero si valen igual.
De lo que se trata entonces es de hacerse las promesas adecuadas no importa con qué, no importa con quién, no importa dónde porque lo fundamental siempre estará en los porqués.
A mi me basta con saber que la persona que amo estará siempre a mi lado, sin importar si tiene para comprarme un un suspiro en Harrods o en Bloomingdale’s o en Tiffany o pagar por un vaso de agua donde los hermanitos Rausch.
Voy a empezar por pedirle que se quede. Del anillo, ya hablaremos.