La deuda

Crecemos con la idea absurda que el mundo nos debe. Y no. Nadie nos debe nada, porque al final vivimos en un mundo de niños obligados a tomar decisiones en ese ente etéreo e impalpable que llaman adultez.

Hacemos de esa deuda imaginaria una forma de vivir la vida y por eso nos la pasamos criticando, reprochando, juzgando a los demás. Somos como una especie de lombriz solitaria en el cuerpo de un muchacho adolescente, que nada ni nadie llena y por eso volvemos importantes las cosas que creemos que nos faltan, porque con respecto a lo que tenemos, nos hacemos la idea irracional de que es lo que nos corresponde por derecho y por eso, dar las gracias se convierte en la excepción.

Crecemos con la idea absurda que el mundo nos debe. Y no. Nadie nos debe nada

Para completar – o como resultado – nos volvemos quejumbrosos y quejetas, tristes y afligidos, dolientes y llorones. Todo nos pasa, todo nos sucede, todos están en contra de nosotros. Maltratamos sin razón y gritamos sin sentido y convertimos a los otros en sacos de boxeo. Somos esos tipos y esas tipas inmamables, que nadie se aguanta, que nadie se soporta, que nadie se pasa y que nadie se padece, por la sencilla razón, que no tienen por qué.

A veces posamos de sencillos, pero al rompe se nos ve que la humildad no va con nuestra ropa, porque en el fondo nos llenamos de razones para postrar a los demás, ponerlos a nuestros pies y hacer lo que nos venga en gana. Esa es nuestra forma de  ocultar nuestros miedos y dolores, porque los alaridos y regaños se convierten en nuestra línea fronteriza, un campo minado que pocos se atreven a cruzar. Al  final, nos quedamos solos y amargados porque como en la canción del mariachi Juan Charrasqueado, “sólo nuestra madre nos recuerda con cariño”.

Elena Villalba

Me gusta el sexo oral y escrito. Bloguera especialista en la condición humana

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