Es miércoles festivo. No hay agua y no hay mucho por hacer. Pienso en Lala, que tal vez duerme.
No sé si quiero hacer caso o simplemente me gana la pereza. No alcancé a bañarme. No importa. No será la primera vez que me quedo en casa sin hacer mucho. Hace rato que me prometí limpiar mis libros llenos ya de olvido. Tal vez llegó la hora. Me preparo un café. Desempolvo también mis discos viejos. En mi tocadiscos suena Fábula de los tres hermanos. El olor a tinto recién hecho inunda cada rincón de mi pequeño apartamento.Como por variar pienso en las cosas que me pasan, que a la larga son las mismas que nos pasan a todos.
Mi vida es como una enorme máquina de pinball. Soy esa pequeña esfera que va de tumbo en tumbo, buscando que suene la campana. Como en la canción de Silvio, he sido un poco esos tres hermanos: Uno, obsesionado con no cometer errores, caminando siempre atento al suelo, viviendo una vida con excesiva precaución y miedo al error. Otro, mirando siempre al horizonte, soñando con el futuro sin reparar en los obstáculos vecinos. Y, el último, intentando equilibrar el camino y el horizonte, un poco perdido, un poco tarambana, un poco insensato, incapaz de concentrarme en el presente o en el futuro. Pinnnnnn, suena la campana.
El tiempo se me va leyendo frases de mis libros. Cristina Peri Rossi me dice que «la vida está hecha de días que no significan nada y de momentos que significan todo”. Y sí. Tal vez esa campana me dice que por fin llegó la hora. Las personas, mis errores, mis aciertos, mis lagrimas y risas, no me definen, pero dan una idea. Todas me trajeron hasta acá. Como las pecas y lunares, todos tenemos algo o alguien a los que recordamos con nostalgia y con cariño. Todos somos trozos de momentos, migajas de recuerdos que vamos construyendo a cada día, pedacitos de inmoribles que moriremos algún día. Ahora es Murakami: «Sé por experiencia que, en la vida, sólo en contadísimas ocasiones encontramos a alguien a quien podamos transmitir nuestro estado de ánimo con exactitud, alguien con quien podamos comunicarnos a la perfección”. Mi vecina grita. Todos los días grita. ¿O canta? A lo lejos ladra un perro. En la calle alguien vende mazamorra paisa, paisa. Y aguacates maduritos.
Vuelvo a pensar en Lala. No hay dudas, porque tal vez tan sólo se trataba de encontrar nuevos motivos. Toda fe tiene su paciencia. Y es que la vida – mi vida- ha sido eso: llenarme de ilusiones y esperanzas, sin importar lo bajo que haya caído, porque al final del día, del piso no he pasado. En “El peligro de estar cuerda”, Rosa Montero me grita que “todos somos raros y cuanto más lo seas respecto a la norma más te va a costar encontrar a tu gente, pero siempre lo harás, siempre vas a encontrar tu propio mundo en el que vas a ser reconocido, querido, aceptado. Una vez encontrado basta con ser querido”
Y puede que a veces me haya sentido despistado, vagando sin rumbo, enfrentando a oscuras las mañanas que golpeaban a mi puerta, sin ganas de vivir y con los sueños destrozados. Valió la pena estar triste o llorar o maldecir, estar un poquito lastimado, porque el dolor fue una forma de seguir con vida. No sé si lo viví o tal vez tan solo estoy parafraseando a Saramago: “Todos tenemos nuestros momentos de flaqueza, menos mal que todavía somos capaces de llorar, el llanto muchas veces es una salvación, hay ocasiones en que moriríamos si no llorásemos”.
Toso. El polvo me hace daño. Mis manos están negras. Pasa el tiempo. Tengo hambre. Me como una manzana sin lavar. No hay agua. Mugre que mata no engorda, decían. Peores cosas me he comido. Y limpias. Ahora estoy por fin tranquilo. Tal vez todo se trataba de no intentar cambiar a las personas o las cosas, sino tan solo de volverlas a mirar, tal vez con ojos diferentes, de quererme un poco más y dejar los odios y resabios para otros, de aferrarme a la idea de lo bueno que vendría y, sobre todo, volver a sonreír. Tal vez todo era mar hasta que Lala dijo, hola. Tal vez.
Ahora leo al poeta Juan Gelman: “no sé nada de mi corazón, no sé si se detuvo en mi pecho o vaga alrededor de vos.” Soy – somos- instantes. Guardo mi último libro y el agua aún no llega.