Debo confesarlo. Me encantan los chistes malos y entre los malos, este: Iba un tenedor hablando con un cuchillo por la calle, cuando de repente por la otra acera apareció una cuchara.
Ptss, ptss, Cuchara!!!
Heyyy, Cuchara, cuchara..
El cuchillo le dijo al tenedor: Parece que no escuchara…
En realidad, más que los chistes malos me gustan las cosas simples: Comer una paleta, sentarme en un parque, esperar leyendo un libro, masticar una galleta cuando el hambre me hace suya, tomarme de la mano con el tipo que me quiere, poner un habladito paisa para que él se lo disfrute, saber que soy su sol, caminar bajo la lluvia, salir despelucada, preguntarle la vida a los meseros, disfrutar mis Converse rojos, escuchar las canciones que me gustan, echarle la madre a los taxistas, hablar mal de los demás con mis amigas, salir de viaje sin motivo, oírlo decir senos y no tetas, escuchar la versión original de “ La quiero a morir”, cantar bajo la ducha, saber que se muere por el huequito que se hace en mi mejilla cuando río, hacer el amor una y mil veces, estudiar porque lo siento, escribir a mano una carta de amor, pedir agüita de la llave, sentir que soy parte de su vida, que descubra mis lunares, despertar pensando en él, fabricar las fantasías, enseñarle cada día, odiar el sancocho y el jugo de tomate, visitar las bibliotecas, montar en bicicleta, regalar un libro, meterme en las charlas de los otros, sonreírle a todo el mundo, saludar a mis porteros, saber que él me admira, recordar a mi s viejos, entender que me he hecho sola, alejar de mí los malos pensamientos, entregarme por completo, pedir perdón cuando la cago, discutir sobre política, domesticar mi problema con el gluten, dormir en cucharita, despertarme abrazada en cama ajena, gozarme a Charly García y reírme sin motivo.
La vida es simple como los chistes malos. Tal vez se complica cuando dejo de ser una cuchara…