Cincuenta y tres años es mucho tiempo. Eso nos llevábamos mi papá y yo. Nunca fuimos muy cercanos. Por delante de mí había seis. Ni jugábamos ni hablábamos. A duras penas sabíamos quién era el otro y nos dábamos un abrazo seco en los cumpleaños. Sin embargo, hasta hace muy poco, muy poquito en realidad,
De mi papá me separaban los años, los cariños y la forma de ver el mundo. Sin embargo, con el paso de la vida, entendí que me enseñó uno de las cosas que más admiro: el valor de la palabra. Bajito, callado, prudente, era como un motel de pueblo chiquito; de una sola pieza. Lo[…..]