El reloj marcaba las 4:44, un instante suspendido en la penumbra de la tarde. Ella lo miró con una calma resignada, como si el tiempo fuera un viajero que ya no la esperaba. Una sonrisa frágil, casi rota, cruzó su rostro. Fue su madre, en un pasado que ahora parecía un sueño desvaído, quien le