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El reloj marcaba las 4:44, un instante suspendido en la penumbra de la tarde. Ella lo miró con una calma resignada, como si el tiempo fuera un viajero que ya no la esperaba. Una sonrisa frágil, casi rota, cruzó su rostro. Fue su madre, en un pasado que ahora parecía un sueño desvaído, quien le habló de los números espejo: pequeños destellos del cosmos, susurros para quien aún sabe escuchar. Buscó su significado en la pantalla fría de su celular, un ritual para llenar el silencio: “El número 444 es un mensaje de los ángeles, una señal de que estás en el camino correcto, de que tus guías espirituales te sostienen. Tus esfuerzos están a punto de florecer, rodeados de energía positiva”. Cerró los ojos, pero las palabras se deshicieron en su pecho, como hojas arrastradas por el viento. Si el destino hablaba, su voz era un eco que ya no alcanzaba a descifrar.

Pronto conocería a Mario. Sus almas se habían encontrado en el éter de Internet, donde las palabras tejían puentes frágiles entre desconocidos. Habían pospuesto la cita, pero ella siempre pensó que un café era un comienzo suficiente, un gesto sencillo para tentar al destino, un buen plan. Y así fue. No supo si fue amor a primera vista o un relámpago fugaz que los atravesó, dejándolos heridos de por vida.

Eran días de una felicidad que parecía desafiar las leyes del mundo. Se amaban con una intensidad que rozaba lo sagrado, como si cada roce fuera una plegaria. Reían por nada, por todo, y ella comenzó a ver números espejo por todas partes: en las placas de los autos, en el reloj de su celular, en el precio de un café. Cada coincidencia era un guiño del cosmos, una excusa para sonreír. “Es una señal”, decía ella y Mario, con su risa cálida, le seguía el juego, aunque en el fondo no creía en nada más que en el brillo de sus ojos.

Pero el tiempo, como siempre, trajo sus nubes. Los días luminosos se volvieron grises y las risas se apagaron bajo el peso de lo inevitable. Aquella tarde, como un presagio, mientras caminaban en silencio, ella vio un 000 en la placa de un carrito viejo, oxidado, detenido en una esquina. Buscó el significado más tarde, cuando ya no había nada que salvar: “El número 000 es el todo y la nada, el potencial infinito, un punto de partida y una conexión con lo divino. Es un nuevo comienzo, una transformación”. Pero no hubo comienzos, solo un final.

Ahora, en la penumbra de su cuarto, ella mira el reloj otra vez. Las 4:44, un eco cruel de días que ya no volverán. Los números espejo, que una vez fueron antorchas de esperanza, ahora son espinas que se clavan en su memoria. Se pregunta si el universo alguna vez habló o si fue ella quien, en su anhelo de sentido, tejió cuentos donde solo había azar. ¿Y si los signos que buscamos no son mensajes del destino, sino reflejos de nuestra propia alma, espejos que creamos para no ahogarnos en el vacío? Vivimos suspendidos entre el anhelo de eternidad y la certeza de lo efímero, tejiendo mitos para dar forma al caos. Los números, las estrellas, los amores perdidos. Todos son hilos de un tapiz que nunca terminamos de entender. Y aun así, en nuestra insistencia por buscar, por amar, por creer nos damos cuenta que la vida no es más que un poema inconcluso, escrito en la arena, a la espera de la marea…

COMMENTS

  1. excelente .. gracias

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