En Colombia, es mucha la sangre que ha corrido. Tanta muerte inútil, tanta víctima infecunda, tanto dolor, tantas lágrimas, tantos padecimientos, tanto cadáver insepulto y tanta rabia aun sin enterrar, tanta palabra tonta y sin sentido.
Decía ayer el padre De Roux, el padre bueno, el padre de mirada tranquila y el pulso firme, que «hay que cambiar por caminos pacíficos porque de lo contrario las maravillas de Colombia seguirán flotando sobre unas de las crisis humanitarias más brutales del planeta». No podemos seguir acumulando vidas despedazadas, desaparecidas, excluidas, exiliadas, no podemos descuidar el día en que la paz sea un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento».
Más de 70 años de conflicto no han logrado exterminarnos, no han logrado aniquilarnos. Cada muerto es una historia y cada historia tiene su muerto. Y sus héroes. O heroínas en este caso, porque las mujeres colombianas hemos sido actrices principales del conflicto.
“Que la verdad fuerte que ustedes entregan nos lleve a la reconciliación, que podamos quedarnos juntos en este país bello, dispuestos a cambiar para que todos seamos posibles. Que no nos vaya a llegar la partida estando los unos separados de los otros”:
Francisco De Roux
Los muertos de la guerra, tienen una madre, una hermana, una hija, una esposa, una amiga que de alguna manera se han hecho cargo de la titánica tarea de sacar adelante una prole, una estirpe, una familia, sin importar el dolor que lleven dentro. La mujer colombiana es el ejemplo universal de resiliencia, de saber llorar pa` dentro, de hacer de cada tripa, un corazón, de levantarse del fango ensangrentado, de limpiarse los mocos del dolor. Y seguir.
Las mujeres colombianas hemos sostenido este país. Lo hemos parido, lo hemos llorado, lo hemos engendrado, lo hemos fecundado y lo hemos refundido algunas veces. Nos falta es refundarlo, pero en eso estamos…




