Si algo nos enseñó el COVID-19 es que el tiempo es un señor caprichoso: corre como liebre cuando estás encerrado mirando el techo, pero se arrastra como tortuga cuando intentas olvidar. Aquí estamos, en abril de 2025, y el bicho sigue dando vueltas, aunque ya no como el monstruo de tres cabezas que nos tuvo rezando el rosario en 2020. Hoy es más como ese primo lejano que se aparece en la fiesta sin que lo invites, pero que al final terminas ofreciéndole un café porque, qué más.
Las cifras, esas que alguna vez mirábamos con el corazón en la boca, ahora son un eco que resuena más suave. Según lo que se puede rastrear entre los datos del Instituto Nacional de Salud y las estimaciones que flotan por ahí, Colombia ronda los 6.4 o 6.45 millones de casos acumulados. ¿Muertos? Entre 143,000 y 145,000 personas que se nos fueron, cada una con una historia que todavía pesa en el aire. Los casos activos, eso sí, son pocos, menos de 10,000, dicen los que saben. Ya no llenamos UCI como antes, y el tapabocas pasó de ser obligatorio a ser un accesorio que algunos llevan por costumbre, como quien carga un paraguas por si acaso.
En Bogotá, que siempre ha sido el epicentro de esta montaña rusa, Saludata dice que ya vamos por 1.89 millones de casos hasta febrero de este año. Si sacamos la calculadora del colegio —esa que nunca usamos para trigonometría—, eso es como el 30% del total nacional. O sea, el resto del país ha ido sumando sus propios capítulos a esta novela que ya nadie quiere repetir.
Pero ¿qué hicimos con todo ese tiempo que el virus nos obligó a mirar de frente? Nos vacunamos hasta el cansancio —86 millones de pinchazos hasta 2023, aprendimos a lavar manos como si fuéramos cirujanos, y hasta le encontramos el gusto a las reuniones por Zoom con pantaloneta y camisa de vestir. Sin embargo, el COVID no se fue del todo. Se quedó, como una cicatriz que te haces de niño y que, aunque ya no duele, te recuerda que alguna vez caíste.
Hoy, en 2025, el bicho es más un rumor que una amenaza. Los refuerzos de la vacuna siguen llegando, las variantes nuevas ya no suenan como villanos de película de terror, y la vida ha vuelto a llenarse de ruido: trancones, partidos en el bar, abrazos sin tanto cálculo.
Así que aquí estamos, con el COVID convertido en un huésped silencioso que ya no nos quita el sueño, pero que tampoco nos deja olvidar del todo.