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Colombia 26-30: Salud y educación

El sistema de salud colombiano está quebrado. No es una exageración. Las EPS deben 32 billones de pesos. Treinta y dos billones. Solo para cerrar el 2025, el déficit operativo es de 10,2 billones. Los hospitales no reciben los pagos, las citas se demoran meses, y la gente termina metiendo tutelas porque es la única forma de que les autoricen una cirugía. El modelo está en terapia intensiva.

La Unidad de Pago por Capitación —la UPC, que es lo que el Estado paga por cada afiliado— no alcanza para cubrir los costos reales. Los estudios técnicos dicen que se necesita subirla al menos un 15,6% en 2026 solo para que las cuentas no queden en rojo. Pero el Ministerio de Hacienda hace oídos sordos, porque reconocer eso es reconocer que hay que meter más plata al sistema, y la plata no está.

El plan para salvar el sistema en el próximo cuatrienio suena a cirugía mayor. Primero, un «saneamiento financiero inmediato», que en buen romance significa reconocer la deuda acumulada y emitir bonos del Estado para pagarles directamente a los hospitales. Son los famosos TES Salud, títulos que se pagarían en 10 años. Eso inyectaría liquidez a los hospitales sin reventar la caja fiscal de corto plazo. Pero es, básicamente, patear la pelota para adelante.

Segundo, ajustar la UPC como corresponde. Y aquí viene lo interesante: la propuesta es sacar la fijación de la UPC de las manos del Ministerio de Hacienda y dársela a una Comisión Técnica Independiente. Porque dejar que Hacienda decida cuánto se paga en salud es como poner al zorro a cuidar el gallinero: siempre va a querer pagar menos.

Tercero, transformar las EPS en «Gestoras de Salud y Vida», pero con un cambio fundamental: el 80-90% de los pagos se giraría directo a los hospitales, sin pasar por las Gestoras. Y las Gestoras cobrarían solo si mejoran los indicadores de salud de sus afiliados. Si los pacientes hipertensos no están controlados, si no detectan cánceres a tiempo, no cobran. Es decir, pago por resultados, no por tener gente inscrita.

Y luego está la apuesta por la atención primaria. La idea de los Centros de Atención Primaria en Salud suena bien, pero hasta ahora muchos son de papel. El plan es construir y dotar 500 CAPS reales en zonas rurales, conectados por telemedicina con hospitales de alta complejidad. Que la señora del campo no tenga que viajar ocho horas para que le tomen la presión.

Para 2028, todas las instituciones de salud deberían tener una Historia Clínica Electrónica Interoperable. Eso evitaría que te repitan los mismos exámenes en cada sitio, ahorraría plata y, de paso, permitiría detectar fraudes y cobros indebidos.Mientras tanto, la educación no está en terapia intensiva, pero tampoco goza de salud. La calidad se ha deteriorado. Los resultados de pruebas internacionales muestran que los estudiantes colombianos cada vez leen peor y entienden menos matemáticas. Y la brecha entre el campo y la ciudad sigue ahí, enorme.

El lado positivo es que la matrícula en educación virtual creció un 12,48%, lo cual abre puertas. Y la política de gratuidad en las universidades públicas, el famoso «Puedo Estudiar», ha logrado que más jóvenes accedan a educación superior. Pero acceder no es lo mismo que graduarse. Muchos desertan porque no hay acompañamiento.

El plan educativo para 2026-2030 tiene tres patas. Primera: infraestructura rural. Con la reforma al Sistema General de Participaciones, que va a transferir más plata a las regiones, la meta es intervenir 10.000 sedes educativas rurales. Que tengan baños decentes, agua potable y conectividad satelital de alta velocidad. Porque no se puede hablar de cerrar brechas si los niños del campo estudian en ranchos sin internet.

Segunda: calidad docente. Hay que formar maestros en metodologías STEM —ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas— y en habilidades socioemocionales. Y reformar el currículo para que la programación y el bilingüismo empiecen desde la primaria, no en la universidad cuando ya es tarde.

Tercera: educación superior flexible. Expandir la virtualidad para llevar oferta universitaria a municipios donde no hay campus. Y fortalecer la articulación entre el bachillerato y el SENA, para que los jóvenes puedan salir con doble titulación: bachiller y técnico en algo útil, como turismo, agroindustria o desarrollo de software.

El problema de fondo es que la educación necesita inversión sostenida, no parches. Y en un país donde cada peso se pelea, donde la salud está en bancarrota y la infraestructura pide a gritos más plata, la educación siempre termina quedando al final de la fila. Pero sin educación de calidad, todo lo demás es castillo de naipes. Porque al final, el desarrollo no lo traen los decretos ni los planes de gobierno. Lo construyen las personas que saben pensar, resolver problemas y adaptarse a un mundo que cambia cada vez más rápido.

Y ahí es donde Colombia se está jugando el futuro.

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