Tal vez uno de los mayores fracasos del ser humano es vivir preso del éxito, sentir que nunca se puede perder, que nunca se puede tener una mala racha, que nunca se puede trastabillar o morder el polvo, que nunca hay cabida para un fiasco.
Pues bien, nuestro mundo está lleno de perdedores, de personas que por cualquier causa apostaron y no les salió del todo bien, pero también de gente que hizo el intento, como cuando a uno se le quema el arroz. Es muy fácil no perder cuando ni siquiera se ha hecho el intento, o cuando todo se nos ha dado por servido.
El fracaso puede ser una de las mayores bendiciones que tenga un ser humano. De hecho es la esencia del mercado del usado. El fracaso nos da la oportunidad, de hacer un alto en el camino, de recomponer las cargas, de fijarnos nuevas metas, de plantearnos nuevos retos, algo que que ni por asomo haría uno de esos seres que se llaman exitosos.
Fracasar es un estado temporal que arruga el alma, que estruja el corazón, que empequeñece la autoestima, que golpea nuestra imagen, porque para completar vivimos en una sociedad que no tolera las caídas (las de los demás por supuesto). Con saña criticamos y pontificamos de los desastres de los demás: Que debió hacer esto, que debió hacer aquello, que por qué no procedió de esta forma y así se les va a la vida a los que se consideran seres perfectos para quien los defectos y las malas rachas no existen.
Sin embargo, el fracaso puede ser como los hongos que surgen de la mierda del ganado, que de alguna manera nos pueden permitir volver a soñar. En el amor, en el trabajo, en la economía, el mercado del usado nos brinda una nueva oportunidad, una posibilidad que no muchos tienen. Basta recoger los pedacitos, limpiarse los mocos, sanar las heridas, cambiar las preguntas y los miedos, recomponer las alas y buscar de nuevo la forma de reírse.