La bibliocleptomanía

“El infinito en un junco” es el libro de Irene Vallejo que habla sobre la historia de los libros. No lo he leído aún. He ojeado rápidamente su contenido de manera furtiva en alguna librería.  Al ver mi pequeña y casi vergonzosa biblioteca, me puse a pensar que cada uno de mis libros tiene también su propia historia.

De pequeño, solamente me interesaba el fútbol y en el colegio, no eran muchos los libros que nos ponían a leer. Ya en mi juventud, el problema era de fondo. De fondos en realidad, y los poquitos pesos que alcanzaba a conseguir, me los gastaba en trago y en discos de salsa y música protesta.

Sin embargo y por alguna inexplicable razón, de un momento a otro empezaron a llegar a mis manos, libros muy interesantes. No había canales internacionales ni mucho menos plataformas digitales, por lo que la lectura empezó a volverse un hábito.

 

Al ver mi pequeña y casi vergonzosa biblioteca, me puse a pensar que cada uno de mis libros tiene también su propia historia.

 

Algunos pocos de mis libros los compré, pero pensándolo bien y en honor a la verdad, creo que la mayoría, los tomé prestados de mis amigos y extrañamente, olvidé devolverlos, en una especie de amnesia literaria, porque una cosa es ser ladrón y otra sufrir de bibliocleptomanía. Desempolvándolos, pude ver que tres o cuatro todavía tienen el sello con la fecha de devolución de la biblioteca Javeriana, pero de abril 12 de 1994 a hoy, es mucho el tiempo que ha pasado. Lo que no me explico es cómo obtuve el paz y salvo para el grado. Otros, están marcados con los nombres de amigos y amigas que ni siquiera tengo en Facebook. Algunos pocos  conservan hojitas de eucalipto que se han ido envejeciendo en forma coqueta por el tiempo. En las páginas de otros, he encontrado separadores, puntas dobladas, frases subrayadas que nunca más serán leídas, “cueritos” para porros y hasta insectos disecados. Incluso al del I Ching, que tengo como libro de cabecera, lo acompañan tres hermosas monedas de cobre para su lectura y su  interpretación.

Pedir prestado un libro y devolverlo, es casi, casi una herejía y en sentido contrario, casi, casi, un arte. Tiene su técnica. Lo primero es llenar de lisonjas y alabanzas a su dueño. Hacerlo sentir muy intelectual por tener ese ejemplar. Luego, dos o tres frases que nos hagan parecer muy interesados en el autor. Una referencia a una película o a un libro anterior, nunca están de más. Con el libro en las manos, se leen unas pocas líneas para crear complicidad. En ese momento son claves dos gestos: devolverlo a las manos de su dueño y cambiar de tema para no mostrar la gana. Cuando lo sienta distraído, es el momento de pedirlo prestado como quien no quiere la cosa, pero siempre con cara de tragedia y con el argumento que es que en Netflix no hay nada que ver y que la otra semana lo devuelve. Lo que sigue es embaucar y confundir hasta que el tiempo se encargue del olvido.Si persiste, cree una situación ficticia de devolución lo suficientemente creíble como para hacerlo dudar.

 

Pedir prestado un libro y devolverlo, es casi, casi una herejía

 

Nosotros, los Robin books experimentados, nunca prestamos un libro, porque sabemos cómo es que es la vuelta. De mi casa, si han salido dos, no han salido tres y todos, me los he hecho devolver a punta de convertirme casi en operario de call center de una casa de cobranzas.

En resumen, en el caso de mis libros, “El infinito del junco” está muy bien, pero yo prefiero, “El olvido que seremos”.

 

Pd. Por vencimiento de términos, no se aceptan solicitudes de devolución.

 

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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