La facha

Hace mucho tiempo dejé de preocuparme por la forma de vestir. O mejor dicho. Hace mucho tiempo dejó de preocuparme lo que la gente piense acerca de mi forma de vestir. Mi “pinta”, mi “outfit” como dicen los gomelos, o mi facha,  como dicen las mamás, son de esas decisiones personales en las que me  importa  muy poco lo que digan los demás.

En mi caso, tengo dos principios básicos: que me guste y que esté cómoda. La forma cómo lo combine o lo mezcle, depende de mi estado de ánimo, de lo que se me antoje en ese momento, de lo que se me dé la gana. No pienso mucho si a los otros les gusta o no, si la ocasión es la adecuada, si alguien se puede sentir ofendido.

No es que no me importe el pensamiento de los otros o de ser yo sea una irreverente por serlo, una irrespetuosa o una anárquica. No. De lo que se trata es de sentirme bien. Por eso, agradezco la edad y la pandemia. La primera le trajo a mi vida, paz y tranquilidad, amor propio, seguridad, serenidad y sosiego. La segunda, aplanó la sociedad, nos puso a todos al mismo nivel, nos enseñó la importancia de las cosas pequeñas y la futilidad de la vanidad.

 

Hace mucho tiempo dejó de preocuparme lo que la gente piense acerca de mi forma de vestir.

 

Yo, por ejemplo, amo mis tenis. Ya ni sé cuantos pares tengo, pero muchos son poquitos. Me gustan por el color, la comodidad y porque siempre están de moda. Tengo tres o cuatro yines a los que les doy palo cada vez que puedo, varias camisetas y  dos chaquetas regaladas. Salta a la vista que la moda no es lo mío, pero la limpieza sí, por lo que mi armario será chiquito pero siempre huele a rico.

Me siento bien con lo que soy y con lo que me pongo. Si mi facha no les gusta, será la opinión de algún facho que anda por ahí…

Flore Manfrendi

Ecléctica y bizarra. Codirectora y bloguera

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