Basta que alguien cometa un error, o peor aún, que haga algo con lo que no estamos de acuerdo para encender ese maltratador que todos llevamos dentro y pegarnos a esa oleada de diatribas y de injurias.

En estos tiempos que nos corren de histeria política, de neurastenia electoral, lo mejor es abstenerse de opinar, para no caer en el riesgo crudo y duro de terminar arrinconada por una horda de insultadores.

Nos gusta el matoneo en grupo, el maltrato en manada, la ofensa en gavilla

Pero obvio, no es sólo la política. Es el deporte, la religión, la filosofía, la música, la vida misma. Todo es motivo de disputa, porque además sufrimos de una especie de bipolaridad. Esta semana, para no ir tan lejos, volvieron ropa de trabajo en las redes sociales a un ciclista por el simple hecho de opinar de política, cuando hace menos de dos meses lo alababan y lo encomendaban al Señor. Al tipo se le podrá borrar la raya de la nalga de tanto montar en bicicleta, pero nadie le quita el derecho de opinar lo que le venga en gana. A otra, candidata a la vicepresidencia,  la acabaron por decir algo acerca de la importación  de huevos.Claro está, que tampoco se pueden  poner a llorar, porque  si se  metieron  a opinar, sabían, o deberían saber, la leonera  a la que de enfrentaban. Lo feo en cualquier caso, es la gavilla.

A veces lo mejor es abstenerse de opinar para no caer en las garras de la horda

Pero volvamos al tema, porque colombiano que se respete, grita y chifla si dos o tres al lado suyo, gritan y chiflan. Tenemos un espíritu gregario que nos empuja a participar en los tumultos, en las asonadas y revueltas, así sea por joder.

Tal vez el mayor de nuestros males es la intolerancia, el fanatismo y el exceso de espejos que nos empujan a creer que el único que tiene la razón es el que está enfrente de nosotros. Para los otros, siempre existe la gavilla …