Lo bueno, lo malo, lo positivo, lo negativo, lo triste o lo alegre, son puntos de vista subjetivos, válidos y además, posibles. La historia de los seres humanos es la historia de un relato que fue capaz de devorarse a los demás y por eso, las relaciones humanas se construyen a partir de las tensiones que se dan entre las miradas que tenemos  acerca de eso que llaman la existencia.

La vida es la versión de aquello que nos pasa

De alguna manera, la verdad termina siendo una mezcla imperfecta entre la percepción y el discernimiento. Y la memoria. Construimos la nuestra, a partir de lo que recordamos, de nuestras propias experiencias, de lo que hemos retenido en la conciencia o las huellas y el montón de cicatrices que cargamos más allá de lo que los otros pueden ver. Por eso, es difícil cargar una mentira, porque de labios para afuera, no necesitamos siquiera que sea cierto, sino que sea creíble, pero hacia adentro, cuando nos miramos al espejo o nos enjabonamos en la ducha, todos sabemos la cantidad de farsa o de invención que le metemos a lo que les decimos a los otros. La mucha o la poca esquizofrenia que carguemos, nace de creernos la mentira.

Lo importante no es que sea cierto, sino que sea creíble

Sin embargo, que todos tengamos la razón, no deja de ser una locura. El problema, a la larga, no es la cantidad de islas sino la falta de puentes para dejar de lado la arrogancia, la insolencia y la bobada de pretender imponer lo que pensamos, de creer que lo nuestro es lo único que vale, de no ver que la realidad tiene muchas aristas y visiones y que la percepción no es la realidad, sino tan solo el ojo mágico por el cual la podemos observar y que a la larga, todos estamos hechos de pedacitos de otros.

Por eso, tal vez, no hay equivocados, sino tercos…