Durante muchos años he cargado con fama de gruñón y malgeniado, que se ha acomodado a la perfección con los demonios que he llevado en mis alforjas.
Mis hijas, la mujer que amo, mi familia, mi ex esposa y dos o tres amigos- es decir mis personas más cercanas- han padecido parte de sus vidas, mi malparidez y mi neurosis. Yo también. Hacia afuera, en cambio, creo haber gozado la imagen de un bacán. Pesimista, pero bacán al fin y al cabo.
Esa extraña mezcla de bipolaridad y esquizofrenia, no ha traído nada bueno, porque ha sido mucho el dolor que he generado, no porque fuera un hijueputa a la carrera, que no, sino porque mis silencios y mutismos, mi ironía y mis sarcasmos, mi mal genio y mala cara, poco fue lo que ayudaron. Claro, he sido tierno, amoroso y especial, pero ninguna lágrima causada, ha valido la pena.
He cargado muchos años- con razón – una fama de gruñón y malgeniado
Por eso, tal vez llegó el momento de ajustar algunas tuercas. No es que me esté muriendo, o tal vez sí, porque cada día de más, siempre será un día de menos. Tampoco es que haya alcanzado el grado del nirvana o haya tenido una epifanía celestial mientras caminaba por el parque. Menos las drogas que no meto, ni un cáncer terminal porque creo que soy Piscis, ni la reacción a una vacuna, ni el guayabo de ver la selección eliminada.
No. Tal vez es entender- por fin- que cuesta lo mismo una sonrisa que una mala cara, una palabra que un silencio, una mudez que un comentario destructivo, un argumento que un grito, un abrazo que un saludo sin sentirlo, un orgasmo que una masturbación, un contexto que una opinión sin fundamento, un escuchar con atención que un oído sordo, un entender a los demás, que quedarse ignorante en solitario, un perdón que un minuto en soledad. Y dar las gracias, que no cuesta nada, pero alivia un montón.
Cuesta lo mismo una sonrisa que una mala cara, una palabra que un silencio, una mudez que un comentario destructivo,
No se requieren muchas cosas. Ser nosotros mismos, dejar salir ese bacán enclosetado que llevamos dentro, vivir en paz, entender que la vida es muy cortica, ser generoso en los afectos, decir a tiempo, luchar con ganas, reír hasta arrugarnos, no dejar escapar a las tortugas, creer que las cosas terminarán estando bien, así afuera el temporal parezca nunca detenerse. No es positivismo ni la obligación posmoderna al optimismo. Es practicidad pura, porque ser feliz cuesta poquito.
Tal vez, así, podremos ser milagro en la vida de otros. Y en la nuestra.