Keshava

Tiene nombre de cuatro santos, pero ninguno ha logrado enderezarlo. Ni San Luis, ni San Francisco, ni el mismo Niño, ni tampoco Jesús. Debe ser porque hace muchos años en los caminos de su búsqueda se encontró con el nombre de Keshavananda, que, por esas cosas de la practicidad y la pereza, quedó convertido en Keshava o en Kesha.

 

Si no fuera porque sus épocas no coinciden, diría que Calderón de la Barca lo vio y dijo: “la vida es sueño”, porque Lucho, mi hermano, ha gastado parte de su vida en eso, en soñar, en soñar despierto, en soñar dormido, en soñar en medio de la rumba o soñar con el tintineo del spray cuando pinta sus grafitis.

No lo idealizo, porque así lo quiero, pero todo hay que decirlo: Una cosa es el hermano y otra es el amigo. Hacia adentro lo vemos como el eterno componedor- o descomponedor según sea el caso- como el permanente juzgador de los cariños y los afectos de los otros por la madre, el superviviente del hipismo neoyorkino, el mamerto redomado, el siemprestoydeafán, el de las ideas inconclusas. Por alguna extraña razón, él y yo, siempre hemos tenido buena relación y si hemos tenido dos o tres fricciones, nunca han llegado a cuatro. Tenemos versiones diferentes de los sucesos de familia y nunca nos pondremos de acuerdo porque los papás que él disfrutó son distintos a los míos, aunque sean los mismos.

 

El hombre siempre está de afán y siempre tiene algo qué hacer

 

En todos mis años de vida, nunca lo he visto llorar, porque con nosotros suele ser modesto en los afectos, no porque no nos quiera, sino porque tal vez, un abrazo lo enreda disertando acerca de la importancia de la comunicación en la sociedad moderna . Con los amigos, es otra cosa y por la veneración que muchos le profesan, diría que es amoroso, incondicional y siempre presto. En Facebook, tiene más amigos de los que conoce y no hay día que alguno no le celebre sus calambures de palabras.

Es complejo y complicado, pero generoso a toda prueba. Comparte lo que tiene, así le falte. Algunos dicen que tiene más rayes que las paredes que ha adornado. En mis recuerdos infantiles están los regaños de mis padres porque día por medio llevaba a algún gamín recogido de la calle para darle de comer. En los sesenta se fue a vivir a Nueva York y cambió su forma de pensar, no porque antes fuera juicioso como lo demuestra su prontuario académico, sino porque llegó imbuido de los Beatles y una que otra sustancia prohibida. Mi mamá, una señora bien con ínfulas de estrato, lo padeció y lo sufrió con sus amigas.

 

Algunos dicen que tiene más rayes que las paredes que ha adornado.

 

Le admiro su inteligencia y sus juegos de palabras, su comida y sus cachivaches de segunda, sus gatas y su devoción por mis papás. Hace yoga a diario y no se queja de la falta de billete, tal vez porque vive de gastarse lo que va a ganarse en los sueños que construye. Su pinta de bacán confunde porque modesto no es que sea. Ha hecho muchas cosas buenas que de vez en cuando nos recuerda en el muro de su Facebook. Tiene mil vainas que no usa, libros que no lee y una colección de Converse de segunda.

Amo a Lucho y admiro a Keshava y tengo la esperanza que de pronto algún día, San Luis o San Francisco, obren el milagro…

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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