La migaja y la borona

Rogar por amor nunca sale bien. Ni para uno, ni para el otro. Y es que el amor es un ejercicio compartido, una democracia, si se quiere, a la que accedemos porque nos da la puta gana. No porque nadie nos lo imponga – ni siquiera los hijos cuando haya- ni la sociedad, ni la soledad, ni la necesidad de estar acompañados.

 

Y es que en las relaciones de pareja, yo sí prefiero las boronas a las migajas, porque las primeras significan un intento, así perezcamos en él y se nos vaya la fuerza y el aliento, pero las segundas son limosnas, donaciones que no ayudan.

 

Rogar por amor nunca sale bien. Ni para uno, ni para el otro.

 

Y es que una cosa es pelear por construir porque hay amores difíciles, imperfectos, defectuosos, si se quiere y otra, la súplica y el ruego que hablan más bien de todo lo contrario, es decir del desamor. Uno no puede hacer que lo amen, ni siquiera pedirlo ni insinuarlo, porque ya queda situado en desventaja, porque no es un diálogo de iguales- es decir distintos-, porque el amor no es transacción, ni mucho menos un convenio.

 

En mis relaciones soy intensa. Tal vez mucho. Y por eso me equivoco y me confundo, pero a todas he llegado convencida que lo que hago es lo correcto, es lo que toca, es lo que quiero y que además, será la última. No soy una mujer fácil. Por el contrario, soy complicada y enredada, pero leal, lo que implica que voy siempre hasta el final y que soy confiable a pesar de lo jodida que parezca.

 

Las boronas significan un intento y las migajas una limosna, una donación

 

Cuando amo a una persona, lo intento de mil formas. Pido perdón cuando tengo que pedirlo, cambio lo que tenga que cambiar, hablo las veces que tenga que decir. Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que empujar a las personas a sentir lo que no sienten, nunca es buena idea y además una falta de respeto. Con ellas y con uno. Las personas se van -o se quedan- porque quieren y eso ni las salva ni condena. Cada cual tiene sus razones, cada cual tiene sus dolores, cada cual tiene sus amores.

 

Si se quedan, qué bueno y qué felicidad. Si se van, la tristeza es infinita, pero como dice el poeta Roque Dalton, “hace frío sin ti, pero se vive”. Terminar una relación con alguien que aún se ama, es conocer las puertas del infierno, lo que no significa tocar la aldaba ni mucho menos dar un paso adentro. No queda más remedio que llorar, llorar mucho, porque el que no llora no sana y aferrarse a lo que haya, a Dios, si se cree, a escribir, si se puede o a las Jumbo Jet, en caso extremo. Y seguir amando al que se fue. En silencio, porque el dolor pasa cuando se vuelve semilla o simplemente cuando se convierte en olvido…

 

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Flore Manfrendi

Ecléctica y bizarra. Codirectora y bloguera

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