El mareo

Para ser un tipo que no baila, doy muchas vueltas, porque siempre voy, pero siempre me quiero devolver.

Sempiterna tensión, la tirantez, la eterna lucha entre el irme y el quedarme, entre el irme y el volver. Tengo espíritu de mar, pero siempre he sido río. Nómada, errabundo, inestable, andarín y un poco vagabundo. Vaga mundo. Vueltas, vueltas, vueltas. Y el mareo.

Me voy de las personas, pero pocas veces de los sitios porque esa soledad me recuerda – y me lacera – el error de haberme ido. Otras veces ni me acuerdo. Ingrato, egoísta, dicen. Tal vez me he ido para evitar que me abandonen o porque nunca he sabido lo que quiero, o por todo lo contrario. Los psiquiatras de café, lo llaman apego. Los facultativos de Instagram, que vivo en el pasado, pero yo lo entiendo como una forma de avanzar, de verme a la cara y mirar para adelante, porque como dice Saramago, “todos terminamos llegando a donde nos esperan”.

Cada tanto desando mis pasos, buscando ese olor a pan caliente, esa caricia que se fue, esa risa que inundó cada rincón, esa palabra que no dije, las que no debí haber dicho ,ese gol que celebré como si fuera copa Mundo, el nacimiento de mis hijas, las mujeres que me amaron, el libro que escribí, cada error que cometí, los perdones que pedí, mis lágrimas y sueños, mis  miedos, el amor que pude dar. Y entonces, ¿para qué putas construye uno a diario los recuerdos, sino es para sacarlos un domingo por la tarde y llorar de vez en cuando? Como dice Silvio Rodríguez, quisiera ir allí, con las cruces del tiempo perdido y hacer un camino de luces sin odio ni olvido.

Vivo entre la nostalgia y la melancolía, que se pueden parecer, pero son tan distintos como un japonés y un chino. La melancolía tiene que ver con lo fue y la nostalgia con aquello que pasó. Una con las personas y la otra con los sucesos. Amo recordar. No para repetir viejos errores, sino para todo lo contrario. Me lo debo, porque nada vuelve a ser lo mismo, aunque regrese, pero me da la posibilidad de construir recuerdos nuevos. Tiempos de los todavía, de los nunca es tarde, de los aún es posible. En fin, tiempos de abrazar el cactus.

Los quechuas, tipos profundos y sencillos, tienen una palabra bella para curar esos dolores: tupananchiskama que significa, hasta que la vida nos vuelva a encontrar, no para revivir lo que pasó, sino para construir algo distinto…

 

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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