El amor siempre termina siendo una circunstancia, que a veces termina convertida en distopía, porque generalmente llega a nuestra puerta sin llamarlo para cambiarnos la existencia, no sin antes revolcarnos.
Y es que el amor es una cosa y las relaciones de pareja, otra. El amor depende de uno y hace parte de nuestro libre albedrío. Uno lo decide, lo construye, lo embellece, lo dispone, lo defiende, lo cimienta, lo imagina, pero también, uno lo disipa, lo malgasta, lo derrocha, lo desperdicia y lo malversa. Por eso, el amor tiene el tamaño de nuestros miedos y nuestros sueños y cada cual ama a quien le da la puta gana.
Las relaciones de pareja, en cambio, dependen en grado sumo de los otros, de sus gustos, de sus rotos, de su nivel de cicatrices, de sus frustraciones y reveses, de sus alegrías y sus gozos. En las relaciones de pareja hay que aceptar al otro y su equipaje, porque nadie viene en ceros. Son transacciones diarias, con sus sumas y sus restas, donde cada quien toma lo que cree merecer y cada quien da de lo que tiene. Son batallas continuas que en realidad terminan siendo un trío: las mías, las tuyas y las nuestras, que a veces salen bien, que a veces salen mal, porque lo que decimos y lo que hacemos es una bala perdida buscando a quien pegarle.
La vida en pareja también tiene que ver con la amistad y con el sexo porque hay que conocer al otro por dentro pero hay que definir por dónde entrar. Y como todos somos imperfectos, también juega la paciencia y el aguante, la bondad y la indulgencia, la maldad y los rayones de cabeza, la fe y la confianza, la seguridad y los videos que inventamos, la resiliencia y la capacidad de perdonar, los culillos y las ganas.
Cuando se encuentran el amor y la pareja, es lo que algunos locos sueltos llaman felicidad, que no es más que pequeñas gotas del nirvana como denominan los budistas, a la ausencia de sufrimiento. El amor, el verdadero amor no se rompe, si acaso sufre una que otra abolladura. Las relaciones en cambio, están hechas de otro material y más en estos tiempos que nos corren donde lo que se rompe no se repara sino que se reemplaza.
Por eso el amor es más sencillo y por eso puede llegar a ser eterno, porque el otro solamente tiene que existir, ser. No necesita ni siquiera dejarse querer, porque así sea en silencio y detrás de alguna esquina, el amor puede estar agazapado.