Anoche tuve un sueño. Me desperté pensando en la muerte, tal vez porque soy un mar de confusiones con un centímetro de calma. Mucha agua y poca playa.
Vencer a la muerte es una frase de Instagram, porque la vida no es más que ese guion que separa la nada de la nada. En realidad, no le temo a la muerte, no porque tenga un plan para después , sino porque creo en Dios y El todo lo sabe. Como Google. Estoy listo para irme porque anoche le dije a mis hijas el amor que les tenía y porque besé a Lala antes de dormir y por eso guardo la esperanza,que si hoy pasará, tal vez sería su último recuerdo.
En medio de mi sueño se agolparon uno a uno los recuerdos. Las palabras que no dije, las cosas que no hice, las mentiras que inventé. Mi malparidez a cuestas, la sonrisa que no di, las veces que me opuse porque sí, mi soberbia y mi ego sin sentido, pero también mi alegría a toda prueba, mi bondad y mi amor por los demás. En este mundo tan lleno de opiniones, muchas veces fui el histérico que gritaba: ¡ caaaalma!. No sé si eso alcance para ser inolvidable porque para eso necesito de la memoria de los otros.
He sido complicado y retrechero- o por lo menos eso dicen-. Un tipo con ínfulas profundas que me he ahogado muchas veces en un pequeño vaso de agua, del que he sido rescatado por Dios o el Universo. He callado tantas veces y he hablado tantas otras y tal vez nunca he encontrado la medida, porque si digo es malo y si no digo, peor. He sido de bordes, pero no de extremos. Me he equivocado tantas veces que ya perdí la cuenta. Con los demás. Conmigo.
Ahora leo a Gonzalo Arango en “Aquí es la tierra” y estoy más confundido: “No aspiro a otros mundos ni a otros cielos. Me basta la porción de maravillas que me asignó la vida: un lecho para soñar, un cuerpo para amar, un corazón para creer, dos manos para bendecir y crear de la nada el infinito”…
Anoche tuve un sueño. Me desperté y no…