Hoy, por alguna razón extraña, me acordé de Bari, el perro samoyedo de los Turriago. Le tenía pavor. Me paralizaba. Solía huir por la acera de enfrente – yo, no Bari-. Un poco la vida. Paralizarme por el miedo y huir por la acera de enfrente.
Algo va del culillo al miedo. El primero es una especie de ansiedad, de angustia y de inquietud. El segundo, paraliza, impide y empantana.Pensar me agota, me agita, me aguza, me aguanta y me produce cierta dosis de agonía. Me gusta la profundidad, pero tampoco como para un curso de apnea:
¿Cómo detengo la guerra? ¿cómo hacer que los niños de África no se mueran de hambre? ¿cómo sanar las heridas de tantos que han sufrido?¿cómo hacer un mundo más igualitario? Tal vez no está en mis manos y por eso, ese discurso se queda vacío, inane, vano, fútil, banal, una disculpa para no hacer nada. Puras charlas de café, soluciones en bar de cerveza artesanal, porque el problema de la igualdad siempre es el pedazo que me toca.
Algo va del culillo al miedo
Sigo pensando. Tal vez pedí otra cerveza. A la larga, cambiar el mundo no es tan difícil como creo. Hacer lo que me toca, tocar a los que quiero, querer a los que toco.Una palabra que escriba, un dolor que escuche, un silencio que guarde,una mirada bondadosa, un perdón a tiempo, una sonrisa, un saludo, una disculpa. Ser. Oír con atención, machacar la soberbia, masticar el ego, comerse el orgullo, escupir la arrogancia,apacigar las dudas, calmar las ansias , saltar al ruedo,recordar sin rabia, reír sin pena, preguntar sin pausa, amar a tiempo, porque tal vez no se trate de inventar el hielo sino de aprender a enfriar el agua. Y entonces habré cambiado un pedacito del mundo en el que vivo, que es una forma de cambiarlo todo, una forma de hacerme inmorible, porque la inmoribilidad, es la eventualidad de vivir en el recuerdo de la personas, en el corazón de los demás, en sus nostalgias, porque, como dice Borges “ el mayor defecto del olvido es que a veces incluye a la memoria”.
Ser inmorible tiene que ver con la humildad y la falta de soberbia, de entender y de saber que el recuerdo de los otros lo construyo cada día a través de lo que hago, de las acciones grandes y pequeñas, sutiles y delgadas, que transforman de algún modo la existencia de todos aquellos con los que me cruzo en la vida.
Bari se murió y yo sigo acá luchando con mis miedos…