Te extraño, pero eso no tiene nada de extraño. Debe ser esa crema de manos que dejaste olvidada en la caja de remedios que me traje y que ayer, arriesgando mi cordura, destape, esparciendo tu recuerdo. Ni siquiera sé a qué huele, pero sé que huele a ti. El dolor no se borra, no es una sombra que se disuelve con un rezo o una promesa.
Nunca en nada he escogido el camino fácil. Olvidarte no iba a ser la excepción, porque de lo contrario hubiera sido una completa decepción. Todos me dicen que te olvide lo cual es imposible, lo que no quiere decir que mi vida se detenga. Si fue amor- que lo fue- es para siempre, aunque cambie de vestido. Aunque cambies de vestido.
Así como para Platón aprender no es descubrir algo nuevo, sino recordar lo que el alma ya sabía antes de ser cuerpo, amar no fue encontrarte en aquel viejo café, sino reconocer en ti, algo que siempre estuvo en mí. No te cree, apenas te recordé. Tu presencia despertó una verdad que ya dormía, una forma, una esencia que mi alma conoció tal vez en otra vida. No te busqué. Te reconocí.
Pensar en ti es mi manera de rebelarme contra el tiempo. Es encender un pequeño pabilo en la penumbra de mí misma oscuridad, buscando el calor de un instante que se fue. El roce de tu mano que ya no está, el eco de tu voz que el viento se llevó, tu risa que ahora es solo un borrón en mi cabeza. Cada vez que te recuerdo, siento que lo traiciono un poco, porque no evoco el pasado tal cual fue. No. Lo pinto con los colores de lo que soy hoy: un poco más cansado, un poco más roto, un poco más perdido. Tantas cosas quisiera y no pasan. Tantas cosas quisiera y no pasas.
Yo, que bailo poco o nada, estoy atrapado en una danza interminable entre olvidarte o recordarte. Soy un atardecer que no termina, un equilibrio frágil entre aferrarme a tu recuerdo o dejarlo ir, entre la luz de lo que fui y la sombra de lo que ya no soy. Y en ese vaivén, entre las piedras que guardo y las que dejo caer, sigo siendo yo: un hombre que recuerda para no perderse, que olvida para no quebrarse, que camina hacia la noche sabiendo que el amanecer no promete nada.
Son cuentos que me cuento para no soltar del todo lo que amé, aunque sepa que ya nunca volverá. Debe ser que ya me estoy sanando porque puedo acordarme de ti sin la necesidad urgente de olvidarte.
Tal vez solamente me quede la crema de tus manos. Hasta que acabe, hasta que ya no quede nada…
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la escritura del corazón que nos salva el alma cuando el duelo , en su propio tiempo, no termina de pasar